Un Signo de calvicie

Como un predicador, bañado en sangre, sustancia que emana de lo profundo cuando un mártir ofrenda su carne a miles que claman su salvación, Ringo Mendoza, en un duelo de viejos sabios, hizo desaparecer la cabellera de Signo, ayer en la Coliseo.

¿Cuánto amor puede guardar en su corazón una afición que cuenta días, horas, exigiendo al tiempo acelerar su pulso para tener cerca a su adorado gladiador, capaz de restituir los sueños vencidos de la vida diaria? Trombas de gritos, terremotos de aplausos, miradas plenas de agradecimiento fueron volcadas sobre el técnico de Mezcala, Jalisco, que en un combate de lona dejó lampiño el cráneo del ex Misionero de la Muerte.

En la primera caída Signo subió al ring para valerse de patadas arteras, al más puro estilo callejero, en el rostro del limpio. Enseguida, cual feroz can, le mordió la frente, hasta ver que dos hilos de sangre bajaban por el rostro del enemigo.

Mendoza hizo suya la segunda vuelta, al azotar la cabeza del rival en una butaca, debiendo bregar con la terquedad reglamentaria del 'Güero' Rangel, réferi obstinado en contener su veterana furia.

"¡No te duermas, Ringo, por favor!", clamaba una aficionada que, desesperada, advertía que al tapatío se le ponían los ojos en blanco, sedado por una hemorragia que amenazaba hacerle perder el conocimiento. Pero minutos después, en un llaveo de enorme sagacidad, despierto como nunca, Mendoza inmovilizó a Signo, para llevarse la victoria.

Suplicando a gritos al peluquero perdonara algo de su cabellera, el rudo se fue quedando pelón. Una lluvia de monedas y billetes cayeron sobre el cuadrilátero...

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