El siglo de la infancia

AutorAntonio Saborit

El siglo de los niños, dijo alguna vez del 19 el escritor Henry James, agobiado por la imagen de una sociedad como la suya, la estadounidense, tomada hacia los años ochocientos ochenta por la figura de una niña en patines, abriéndose camino a fuerza de empellones y malos modos.

Esta impresión de James, en burla o en veras, registró una novedad que hoy es difícil apreciar porque la presencia de los niños, o mejor dicho, el uso de la figura y de la imagen de la infancia se ha vuelto natural.

Por fresco que sea el acercamiento de un lector a la poesía de William Wordsworth o de William Blake, a la prosa de Thomas de Quincey o las narraciones de Charles Dickens, es imposible que experimente la misma sensación de lo inesperado que se llevaron los primeros lectores de sus obras al conocer el mundo de Alice Fell o del Niño Perdido y Encontrado, de la infancia de un comedor de opio en Suspiria de profundis, o bien de las desgracias de Little Nell, Oliver Twist y David Copperfield, conforme fueron saliendo de la imprenta.

Lo mismo sucede al lector contemporáneo del Periquillo Sarniento que creó José Joaquín Fernández de Lizardi, o al que se encuentra hoy por primera vez ante las figuras de Concha, Juan y Margot de Juan de Dios Peza, y las impresiones de este desapercibido lector se pueden volver todavía más confusas de cara a las aventuras del viejo Lazarillo de Tormes, el gran hijo natural de las letras españolas. Hace tiempo que se le fue el aroma de lo nuevo al continente de la infancia, descubierto en las pesquisas por el mundo espiritual que emprendió el temperamento romántico desde el final del siglo 18, así como perdió toda novedad el fabuloso espacio humanitario de la beneficencia que durante el siglo 19 se constituyó en torno a la educación.

Como sucede también con las creaciones de Lewis Carroll, Mark Twain o Jules Verne, ya son para nosotros personajes muy normales, miembros de un elenco bien conocido de la literatura moderna -antepasados literarios de las figuras convocadas por Rafael Sánchez Ferlosio o William Golding o Rosario Castellanos o Michael Ende o incluso J.K. Rowling- que hoy circulan libremente en un mundo espiritual cuyas fronteras ellos mismos se encargaron de extender y afirmar.

Uno de los aspectos más atractivos en el ensayo de Carlos Monsiváis ¡Quietecito por favor! (Condumex, 2005) está en la voluntad de reconstruir la novedad cultural que comportó el hallazgo del continente de la infancia en nuestra historia moderna...

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