Sergio González Rodríguez / La mentira de Vermeer

AutorSergio González Rodríguez

El siglo 21 trajo consigo una ilusión vasta: disponer de una cultura determinada por el modelo económico de índole global y las telecomunicaciones, algo que trascendiera los límites locales o nacionales. Y más que apuntar a la consideración de una cultura de nuevo cosmopolitismo, desde tal enfoque ilusorio se ha confiado en el vaciamiento de los atributos originarios para asumir un dogma cultural ajeno a la pugna por la supervivencia, desarraigado y nómada. Un correlato de la flotación de los signos, que apuntaba Jean Baudrillard, bajo un entorno especulativo donde el simulacro de los hechos se vuelve más importante que éstos.

La cultura desprovista de su referente básico, la propia realidad, produjo el arte del espectáculo y la especulación, la liquidez y lo cadavérico. Prohijó también la literatura inane, de falso universalismo, la retórica de lo hueco y exangüe que quiere dignificarse sólo por su aspiración al éxito o la fama global, el respaldo de los prestigios burocráticos y la premiación corporativa.

En la antítesis de esa ilusión de concurrencia en lo global, entendida como enajenación pura, hechizada ante el vértigo temporario, estaría la posibilidad de evitar que se diluya lo único e irrepetible de cada historia, el trazo de los enlaces entre las diferencias múltiples, el logro del principio de empatía a partir de lo propio como fuerza civilizadora para contrarrestar la ideología integracionista.

De entrada, debe estar el rechazo a la ilusión de los tiempos globales, que comienza con el reconocimiento de lo inmediato, lo cual suele ser una experiencia traumática cuya primera respuesta es el rechazo a la imagen en el espejo de una actualidad incómoda en la que la barbarie contiende con la cultura. De allí surge el concepto de transformación como una clave ante el dilema.

En su extraordinario ensayo sobre Johannes Vermeer titulado La mentira de Vermeer, que el distinguido sello Vaso Roto Ediciones (México-España, 2012) acaba de publicar en español, Michael Taylor afirma que una de las obras que mejor refleja los propósitos del pintor holandés es La lechera. Pintado hacia 1660, retrata a una joven que vierte leche de un recipiente a otro y expresa la dinámica de intercambio (dar y recibir, nutrir y asimilar), a la vez que versa sobre lo lleno y lo vacío, la expectativa y su satisfacción virtual. En el cuadro, la brillantez de los detalles se exagera para constituir una composición de transparencias, matices y texturas de los objetos...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR