Sergio F. Martínez, Geografía de las prácticas científicas. Racionalidad, heurística y normatividad.

AutorÁlvarez, J. Francisco
CargoReseña de libro

Sergio F. Martínez, Geografía de las prácticas científicas. Racionalidad, heurística y normatividad, Instituto de Investigaciones Filosóficas-UNAM, 2003, 206 pp.

Hace algunos años, autores como K.J. Arrow o K.E. Boulding hablaban de economía del conocimiento; en fechas más recientes incluso se ha avanzado en lo que se conoce como economía de la ciencia. En muchos casos, la economía de la ciencia es un buen reflejo, como lo ha sido la sociología de la ciencia o la misma política de la ciencia, de las debilidades mostradas por el tratamiento filosófico formal de la ciencia. Una muy buena contribución, de hecho favorable para que la filosofía de la ciencia recupere territorios, es la que hace Sergio Martínez en este innovador enfoque sobre el tipo de objeto al que debería prestar atención el filósofo de la ciencia para desempeñar adecuadamente su trabajo. Así que buena parte del trabajo que realiza en este libro es una reconsideración de los objetivos mismos de la filosofía de la ciencia.

La separación entre filosofía de la ciencia y teoría del conocimiento, que certeramente critica Martínez en Geografía de las prácticas científicas, podría ser parte de la etiología del malestar en la filosofía de la ciencia. El persistente aislamiento y desconocimiento mutuo entre quienes se preocupan por la explicación de la normatividad epistémica y por la justificación de las creencias (los teóricos del conocimiento) y aquellos otros (filósofos de la ciencia) interesados en la búsqueda de modelos apropiados de la ciencia, de su estructura y dinámica, es uno de los males gremiales que este libro intenta superar.

Desde luego, se trata de un programa completo que no se puede pretender resolver en todos sus detalles en las doscientas páginas del libro; no obstante, el mapa que éste traza consigue colocar los principales puntales para un buen trabajo y ofrece algunas vías interesantes para proseguir en la investigación. Se hace una muy buena cartografía, y el plan o senda que en la obra se traza se incardina, por suerte, en una ya intensa línea de investigación que trata de superar las barreras disciplinares, no exclusivamente entre teoría del conocimiento y filosofía de la ciencia sino, incluso más, en las que otrora se han dado entre la filosofía del lenguaje y la psicología, y que hacen que se hable cada vez más de las ciencias del lenguaje "mas allá del aislamiento de una filosofía del lenguaje que confundía el giro lingüístico con una fría preocupación teórica por el lenguaje".

Para lograr ese objetivo, el autor procede a revisar sistemáticamente la presencia o ausencia de la noción de práctica en filosofía de la ciencia, y señala la similitud que se da entre este tipo de tratamiento y el acercamiento a la epistemología a partir del concepto de virtud. Como explícitamente reconoce: "El esfuerzo de los teóricos de las virtudes epistémicas por integrar las ciencias sociales y cognitivas en la epistemología comparte varios supuestos con el enfoque aquí propuesto" (p. 24).

Esa línea de reflexión conduce a Martínez a reconsiderar ciertos dogmas (en la teoría del conocimiento y en la filosofía de la ciencia) como el que consideraba que los criterios de corrección de las teorías se expresan en forma lógica y las capacidades racionales se expresarían en términos de una capacidad lógica. Se dedica una larga atención a mostrar que la defensa de una especie de racionalidad algorítmica tiene mucho que ver con "el supuesto de que la filosofía de la ciencia es una filosofía de teorías". Al reconocer el papel que desempeña la estructura de las normas implícitas en prácticas, aparece una manera bastante "razonable" de formular nociones como las de hábito inferencial sin dogmatismos formales.

El texto de Martínez es un buen ejemplo de aplicación de su misma propuesta. Si el asunto de las prácticas resulta decisivo, parece que buena parte de la discusión se debe producir a partir de los resultados de las ciencias cognitivas, los modelos evolucionistas de aprendizaje y diversos resultados tecnológicos, que nos muestran las limitaciones de modelos de racionalidad individual instrumental que chocan con múltiples resultados experimentales.

Una vez planteados los temas generales en los dos primeros capítulos, el autor desarrolla el concepto de estructura heurística y, pertrechado en ese instrumento, analiza en detalle el concepto de práctica, que resulta sumamente esclarecedor para plantear (e intentar resolver) las tensiones que se dan entre las dimensiones individual y social del conocimiento. La heurística se entiende como procedimientos que no garantizan los resultados, que no aparecen como algoritmos deterministas, pero que sirven para incorporar como fuente misma de información relevante el contexto en el que se da la acción y, aun cuando fallen, nos sirven para analizar los sesgos producidos y revisar nuestras teorías.

La relación existente entre las predicciones de una teoría y los...

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