Sergio Elías Gutiérrez / El archipiélago mexicano

AutorSergio Elías Gutiérrez

Es casi un lugar común decir que México es un país con una gran diversidad cultural, social, económica e incluso racial.

Nacimos a la independencia con un vasto territorio y poca población, concentrada en el altiplano y escasa en las costas y en la frontera norte. En parte, esa fue la causa de la mutilación territorial que sufrimos; la otra, el destino manifiesto alegado por los invasores.

Desde el inicio batallamos para dar forma a la diversidad y a la extensión territorial. La rebelión indígena y las desigualdades regionales muestran que no lo hemos logrado. Parece un fatalismo histórico tener que vivir en conflicto entre regiones, razas, por no decir clases y hasta castas sociales.

El sistema político de la independencia no acertó a dar a ese territorio unidad política ni integridad territorial. Los gobiernos "nacionales", si acaso, dominaban el altiplano y las escasas regiones mineras. El resto del país estaba bajo el control de una red de caciques que servían de intermediarios con los poderes estatal y central.

Así perdimos la primera mitad del Siglo 19. Sólo la llegada de Porfirio Díaz al poder permitió iniciar la unidad nacional. "Durante los 26 años de su segunda administración, México vivió bajo la dictadura más fácil, más benévola y más fecunda de que haya ejemplo en la historia de continente americano". Así ponderaba en 1912 Emilio Rabasa a Porfirio Díaz en su insuperada obra "La Constitución y la Dictadura".

En plena Revolución, advertía: "Si la dictadura fue necesaria en la historia, en lo porvenir no será sino un peligro; si fue inevitable para sostener al Gobierno, que no pudo vivir con la organización constitucional, es urgente despojarla de sus fueros poniendo a la Constitución en condiciones de garantizar la estabilidad de un gobierno útil, activo y fuerte, dentro de un círculo amplio, pero infranqueable".

Según los priistas, la estabilidad y el gobierno útil llegaron con el Partido Revolucionario Institucional, que gobernó durante 70 años. Presumían de haber resuelto el problema de violencia que acompañó siempre la transmisión del poder en México. Además, la no reelección aseguró el relevo en las élites políticas, por supuesto bajo la mirada atenta y decisiva del Presidente, que asignaba los turnos de acceso entre los miembros de la familia revolucionaria.

La misma regla se aplicó en estados y municipios. El partido, a través de su líder natural, decidía la sucesión en los mandos. Con la derrota del 2000 se perdió la...

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