Sergio Muñoz Bata / Va halcón a Naciones Unidas

AutorSergio Muñoz Bata

Convencido de que John Bolton no pasaría la prueba del detector de mentiras en el Senado y valiéndose de sus facultades presidenciales, el lunes (1 de agosto) el Presidente George W. Bush dio un paso poco usual, e ignorando al Congreso, lo nombró Embajador temporal de su país ante Naciones Unidas.

Apenas el viernes anterior, 36 Senadores estadounidenses le habían escrito una carta al Presidente pidiéndole que no se valiera del recurso del nombramiento temporal. El descubrimiento de que Bolton había faltado a la verdad al ser cuestionado durante las audiencias de confirmación les alarmaba y por ello le pedían al Presidente que esperara a que se reanudara la sesión en septiembre para continuar discutiendo el nombramiento.

La mentira a la que se referían quienes suscribieron la carta fue que Bolton negó haber sido entrevistado por el inspector general del Departamento de Estado durante sus investigaciones sobre las fallas de los servicios de inteligencia en el caso de Iraq. Importante asunto, dado que el propósito de dicha investigación era indagar la verdad sobre la acusación infundada que sostenía que Iraq había intentado comprar uranio en Nigeria para su programa de armas nucleares.

La decisión del Presidente cabe perfectamente dentro de sus atribuciones al cargo, pero aun así es difícil entender de qué manera espera Bush que un hombre debilitado por la ausencia de la ratificación de su propio Congreso y marcado por la profunda hostilidad que siente hacia la institución multilateral, podría negociar su reforma en un lapso de 17 meses.

El historial de Bolton muestra un patrón consistente de mentiras y una irresistible compulsión para manipular la información que los analistas de inteligencia le presentaban.

Bolton mintió al asegurar que Cuba desarrollaba un programa de armas biológicas e intentó despedir al especialista en América Latina que lo contradijo. También mintió al describir la capacidad nuclear de Siria. Sus apocalípticos análisis sobre los arsenales de Corea del Norte, Irán e Iraq son legendarios por su falta de precisión.

No menos famoso es el iracundo y abusivo trato que daba a sus subalternos y sus constantes confrontaciones con subordinados, colegas y jefes. Tal era su celo ideológico que el Secretario de Estado Colin Powell tuvo que ordenarle a su subsecretario Richard Armitage que lo vigilara de cerca para evitar que con sus acciones impulsivas ofendiera a diplomáticos aliados a la causa estadounidense.

La preocupación de...

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