Sergio Aguayo / La calle

AutorSergio Aguayo

Las precampañas están sirviendo para orear ocurrencias y decantar propuestas. De esa avalancha de ideas entresaco una mención a la importancia que tiene la calle.

En una entrevista para El Financiero (8 de enero de 2018) Víctor Hugo Michel preguntó a un integrante del Consejo Asesor lopezobradorista, Alejandro Gertz Manero, sobre la estrategia para combatir al crimen organizado. Gertz respondió: "muy sencillo, volviendo a recuperar lo que hemos perdido, lo que son las calles, la vida cotidiana". Acierta al subrayar esa variable tan poco atendida, pero ¿qué tan sencillo es recuperar la calle?

Mi generación pasó la infancia y la adolescencia jugando en las vías públicas, los parques y los llanos. Había una sensación de libertad y seguridad en ese espacio común, en el cual los riesgos eran ocasionales. Ese país desapareció. La calle se ha transformado en tierra de nadie, en territorio incierto y peligroso en el cual imponen sus reglas las fuerzas de la ilegalidad.

Lo ilustro con una anécdota vivida en un vagón del Metro capitalino. Cuando las puertas se cerraron, un joven prendió la bocina enmochilada de la cual salieron las estruendosas estrofas de Sanguinarios del M-1, un popular narcocorrido que relata las maneras de ejecutar a los enemigos del patrón. "¡Llévese por diez pesitos los grandes éxitos del Movimiento Alterado!", gritaba el joven vendedor. Le fue bien. Su producto tenía demanda. Antes de llegar a la siguiente estación apagó el sonido y, mientras cambiaba de vagón, saludó con familiaridad a la pareja de policías que vigilaban los andenes para evitar el ambulantaje.

Este pasaje de cotidianidad retrata al País. Los espacios públicos son propiedad de los ambulantes y los artistas callejeros, de los dealers y las trabajadoras sexuales, de los franeleros y los vecinos que apartan lugares, de los guaruras que cuidan entradas a restaurantes y de los automovilistas que se abalanzan contra los peatones. La calle, los espacios públicos, están en disputa permanente. Es difícil diferenciar entre los que defienden intereses legítimos de los que promueven agendas delincuenciales.

El paisaje urbano es tan incierto y peligroso porque algunos de los personajes que lo ocupan están afiliados a organizaciones bien estructuradas, controladas por jerarcas con la habilidad para servir a dos amos. Para controlar su espacio, se "arreglan" con las autoridades y con el jefe de plaza que representa en ese espacio geográfico a alguna de las...

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