Las sentencias del juez Leija

AutorDaniel de la Fuente

Se parece al Quijote. No sólo en lo físico, sino porque su voz podría ser la que tendría el héroe cervantino: educada, levemente engolada, pródiga en palabras bien dichas y mucho mejor situadas.

Marco Antonio Leija Moreno funge como Procurador para la Defensa del Adulto Mayor, tarea que aceptó porque el actual Gobernador le insistió, pero es también uno de los penalistas más respetados del Estado, con casi 10 mil sentencias en su haber.

Profesor y fundador de escuelas de derecho en Monterrey, este hombre de bigote puntiagudo a la manera de Dalí fue el juez que, en contraste con su bonhomía y decires piadosos, dictó la última sentencia de muerte en el País, en 1959, contra el pasante de medicina Alfredo Ballí, acusado de homicidio.

Por este motivo, cuando la sociedad desempolva el tema y lo quiere insertar en la agenda política, la prensa suele consultar a este regiomontano de 80 años, quien en su trayectoria dictó ocho penas capitales.

"Siempre me preguntan qué sentía al dictar una sentencia de muerte", sonríe y cruza las piernas para estar cómodo.

"Pero debieran preguntarme lo que sentía al firmarlas. ¿Y sabes qué? Pienso que sólo cumplía con mi obligación de juez".

Leija se explica como si dictara cátedra: hasta hace años, el artículo 320 del Código Penal estatal estipulaba que el responsable de homicidio calificado con premeditación, alevosía y ventaja era merecedor a la pena máxima. Ya no.

"Y si me preguntaban si yo estaba de acuerdo, pues decía que no, pero ni hablar: en México, el juez penal es un juez de derecho y el artículo 14 en su párrafo tercero obliga al juez a poner la pena que está en la ley, no la que él cree".

Así es Leija. Memorioso, cita códigos, artículos. Sin embargo, él, uno de los cuatro hijos de un albañil de Doctor Arroyo y una ama de casa de Marín, delgado y de corbata bien anudada, dice no haber sentido en la niñez inclinación alguna por las leyes: terminó de juez penal porque junto a unos amigos lo echó a la suerte y a él le tocó la abogacía. Sencillo.

Empezó desde abajo, como meritorio. Como juez, le tocó la llegada de Eduardo Livas a la Gubernatura y éste le dijo que había hecho tan buen papel por su honestidad que se quedaría.

En tanto, al resto de los jueces lo despidió.

A partir de allí, a Leija le empezaron a llegar los casos más sonados: el crimen de Eugenio Garza Sada, el secuestro del avión a Cuba y la batalla que se armó entre policías y guerrilleros en los Condominios Constitución, por citar algunos.

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