Sensación térmica

AutorMayte López

(....) De pronto, el timbre. Varias veces, insistente y desbocado. Lucía se incorpora al primer toque, el corazón le da una vuelta de campana familiar. Pero no, no puede ser, es solo el eco de su otra vida, de su vida de antes, lo que la alborota. Mira la pantalla del celular: son las tres. Se encuentra con Alma en la sala-cocina-comedor. Sabe que su compañera está tan espantada como ella porque se olvidó de ponerse las botas de lluvia y ahí están sus dedos desnudos sobre el parqué, junto a los de Lucía, a merced de los paseos nocturnos del ratón. Lucía pregunta si cree que puede ser alguno de los galanes de Alma, sugiere que tal vez al gringo con el que acaba de empezar a salir se le antojó venir a visitar. Alma niega con la cabeza: el gringo no haría algo así. Él debe estar en su casa roncando tranquilamente desde las diez de la noche, porque mañana tendrá sin duda un nain ei-em mitin, o un breinstormin mitin, o un rigrup mitin, o cualquier otro tipo de mitin, y además no lo imagina teniendo un gesto tan dramático y, sobre todo, un gesto tan profundamente latino, como presentarse de madrugada a reventarles el timbre. Como para qué.

Profundamente latino, dice Alma, y tiene razón, como siempre. Colombiano, para más señas. Lucía pregunta por fin quién es y la voz llorosa de Juliana balbucea al otro lado:

-Lu, es Juliana. Perdóname, es Juliana.

Lucía aprieta el botón del citófono para dejarla entrar y se desinfla un poquito. Se desinfla porque lleva días, y sobre todo noches, esperando que pase algo que le dé un corrientazo, una descarga más fuerte que la primera, un zarandeo que la saque de ese estado casi catatónico en el que la sumió la llamada y pensó, no sabe por qué pensó, que el timbre sonando en su casa de ahora, en ese espacio minúsculo y enratonado que no tiene nada que ver con la casa donde creció, pero donde también sonaba el timbre a destiempo, podía ser ese algo (lo que sea que ese algo sea). Pero se desinfla también porque Juliana está subiendo los escalones puercos de su edificio un martes de febrero a las tres de la mañana, sin duda llenando los mosaicos de nieve y aniquilando con cada pisada gélida a varios de los ciempiés o ciempieses patinadores de mugre, y eso quiere decir, entre otras cosas, que pasó algo jodido y, con bastante seguridad, que en esa casa hoy no va a dormir ni Frank en su guarida de atrás de la estufa.

En cuanto escucha quién es, Alma le da las buenas noches, le recuerda que tiene que dormir algo, y se...

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