Un semillero de la Iglesia: El Seminario de Monterrey

AutorDaniel De La Fuente

Una de las instituciones más importantes de la Arquidiócesis es el Seminario de Monterrey. Su relevancia radica en que, entre sus paredes, se han formado no sólo los sacerdotes que han servido a la Iglesia Católica regiomontana, sino también hombres ilustres que han servido al Estado.

De hecho, por cerca de medio siglo, el Seminario fue la única institución de educación superior en el noreste del País. Fundado el 19 de diciembre de 1792 por decreto de Andrés Ambrosio de Llanos y Valdés, tercer Obispo de Monterrey, fue dos meses después, el 12 de febrero de 1793, cuando iniciaron las clases de la institución más longeva de la entidad.

Sin embargo, los esfuerzos para fundar la vocación en estas tierras provienen de tiempo antes.

Las raíces

La primera institución cultural que hubo en el Nuevo Reyno de León fue el Seminario. Los primeros albores provienen de 1701, cuando fue enviado a Monterrey el Presbítero Jerónimo López Prieto.

Al llegar, solicitó al Gobierno de aquel entonces una manzana para la construcción de una iglesia dedicada a San Francisco Javier y anexarle un colegio-seminario.

El templo se construyó y el colegio comenzó a funcionar en 1702. Fue hasta 1713 cuando funcionó, pero cesó de nuevo sus funciones, para reactivarse un año después, luego de que se construyera un colegio y un templo en lo que hoy es Sabinas Hidalgo.

Sin embargo, el complejo religioso cerró sus puertas en 1746.

Varias cátedras precedieron a lo que sería de manera formal la fundación del seminario, en 1792. En 1824 comenzó la primera cátedra de jurisprudencia eclesiástica, que incluía cánones y teología, pero en 1854 se separaron estas áreas para dar paso, cinco años después, a la carrera de jurisprudencia en el Colegio Civil, siendo José Eleuterio González uno de sus principales promotores.

En sus instalaciones han dejado huella 25 rectores, y cuatro veces ha cambiado de patrono: Primero fue San Antonio de Padua, luego la Asunción de la Virgen, también la Virgen del Roble y, por último, San Teófimo Mártir, joven devorado por los leones en los primeros tiempos del cristianismo.

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