La segunda alternancia

AutorJorge Alcocer

Son múltiples los hechos que explican el regreso del PRI y el arribo de Enrique Peña Nieto a la titularidad del Poder Ejecutivo federal, pero entre ellos hay dos que, pasado el tiempo, resultaron decisivos para la segunda alternancia que hoy da inicio.

Uno fue la aceptación incondicional de la derrota electoral de julio del año 2000, por parte del PRI, de su candidato presidencial, Francisco Labastida Ochoa, y del Presidente Ernesto Zedillo; con esa conducta, el partido que había permanecido en el poder por más de siete décadas pagó su cuota final en el proceso de transición democrática.

El segundo hecho ocurriría seis años más tarde, cuando ubicado por los ciudadanos en tercer lugar de votación nacional, el PRI y sus legisladores federales hicieron posible la ceremonia en que el presidente Felipe Calderón rindió la protesta constitucional ante el Congreso de la Unión.

Si en democracia la mayor prueba de lealtad y compromiso es el reconocimiento de la derrota, el PRI acreditó la asignatura tanto en 2000 como en 2006, para en los siguientes años recuperar los espacios electorales perdidos y, tanto por los errores y omisiones de sus adversarios, como por su capacidad para mantener cohesión interna, ubicarse en el primer sitio de las preferencias ciudadanas desde el arranque del pasado proceso electoral.

Es cierto que el PRI de 2012 en poco se diferencia del de hace doce o seis años, excepto por un aprendizaje: el costo de las divisiones. Esa lección resultaría fundamental para la construcción de la candidatura presidencial de Enrique Peña Nieto, quien además vivió de cerca el fracaso del proyecto de su mentor político, el ex Gobernador Arturo Montiel, aniquilado en unos cuantos minutos de televisión.

Con ese antecedente, Peña Nieto se empeñó, desde su condición de Gobernador del Estado de México, en construir una red de relaciones políticas fincada desde la base de los procesos electorales locales de los que surgieron los Mandatarios que serían decisivos llegado el momento de designar candidato presidencial en 2011.

Esa red fue complementada y potenciada con el abierto respaldo brindado a Peña Nieto por las dos empresas de televisión y algunos de los más importantes grupos de radio, pero a diferencia del pasado, el aspirante blindó su futuro mediante el sólido apoyo de los Gobernadores, legisladores y presidentes municipales de su partido, tarea que culminó con su propia sucesión como Gobernador, al descartar a quien era visto como su...

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