Seduce a lectores Dulce María Luna

AutorFrancisco Morales V.

La artista visual Dulce María Luna puede decir, sin faltar a la verdad, que prácticamente nació en un taller de encuadernación.

El responsable de ello fue su padre, un avezado cultor del antiguo oficio del vestido de libros, quien la mayor parte de su vida tuvo su taller en las distintas casas que habitó con su familia.

"Prácticamente, digamos que fue un oficio impuesto. Impuesto en el sentido de que mi padre definió un poco mi camino", reconoce con cariño.

El fin de semana, Luna (Ciudad de México, 1964) inauguró en el American Bookbinder Museum (Museo de Encuadernadores Americanos) de San Francisco, California, la exposición Travesía poética, con la que celebra 50 años de trayectoria de creación artística a partir de este oficio.

Su quehacer artesanal, enraizado en la antigua práctica de la encuadernación, se ha vuelto una forma personalísima de hacer arte a partir del diálogo entre una obra literaria y la cubierta que ella decide otorgarle a partir de sus reflexiones y su propia vida.

"Mi papá siempre leía los libros, y siempre decía: 'Libro que encuadernes, libro que tienes que leer para saber de qué trata, para saber cómo lo vas a encuadernar'", recuerda en una entrevista telefónica desde California sobre una de las enseñanzas de su mentor.

Las piezas que presenta en San Francisco lo mismo abarcan sus propuestas para obras maestras de la literatura mundial, como La metamorfosis, de Franz Kafka, y La montaña mágica, de Thomas Mann, como algunas de sus propuestas para diarios íntimos y libretas, así como los estuches que elaboró para el facsímil y el libro Códices prehispánicos mexicanos, bajo el sello del Fondo de Cultura Económica (FCE).

Cada uno de sus trabajos tiene una solución particular a partir de la elección de los materiales y las muy variadas soluciones creativas, como en el caso de su encuadernación para La vuelta al mundo en ochenta días, de Julio Verne, elaborado en piel como si se tratara de un calendario de pared, en referencia a la trama.

También es el caso de El tambor de hojalata, de Günter Grass, que preserva las cubiertas con los grabados originales del autor, pero que transforma el libro en el instrumento de percusión del protagonista, con dos placas de acero y unas baquetas de piel y madera.

"Leo la obra, la empiezo a estudiar y empiezo a ver qué vestido requiere esa obra. Así, como cuando uno va a una fiesta y eliges qué traje quieres ponerte para esa fiesta, en este caso, qué te pide el libro, o cómo lo vas a...

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