Secuestran FARC ilusiones

AutorJuan Ortíz Osorno

REFORMA / Especial

Guillermo se despertó a las 6 de la mañana. Estaba en un campamento de la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y no era guerrillero. Su pierna izquierda le molestaba. No estaba amarrado. Salió de la enramada donde lo tenían secuestrado, miró al campamento y vio llegar a tres guerrilleros, cargados sólo con sus fusiles. Caminaba e intentaba que su pierna funcionara bien. Sabía que lo harían caminar otra vez . Era obvio que aquellos hombres venían a trasladarlo.

Venían sin mochilas ni equipos y sudaban mientras preparaban su traslado a otro campamento. Los demás secuestrados que permanecían en las enramadas vecinas a la de Guillermo también comenzaron a empacar. Pero Guillermo ya no tenía nada. Enloquecía sin su reloj. Enloquecía de no saber a qué hora de qué día estaba. Los contaba tanto, que incluso podría haber perdido la cuenta.

Caminaba 28 pasos desde su enramada hasta la base de los guerrilleros, un recorrido que el día anterior había hecho 300 veces, cojeando. Su pierna no respondía. La angustia se apoderó de él, pero sabía que caminarían una y otra vez el mismo trayecto sin que la angustia le ayudara. Ya había estado en 35 campamentos diferentes y siempre era la misma rutina.

Se sentó. De pronto se escuchó una explosión seguida de ráfagas de fuego que llovían sobre el campamento y sobre los cuerpos de los guerrilleros que se defendían con trincheras improvisadas.

El Ejercito los había rodeado, había copado sus zonas y ellos no se dieron cuenta. Las ramas de los árboles caían. Varias granadas explotaron. Los otros secuestrados se tiraron al piso mientras Guillermo seguía sentado. No era un héroe. Sólo estaba cansado. Llevaba 205 días secuestrado y ante la magnitud de las explosiones y los disparos que atravesaban las enramadas, poca diferencia le pareció tenderse en el piso o seguir sentado.

Por su camino de 28 pasos vio a seis soldados acercarse. Las balas venían por todos lados. El olor a pólvora se levantaba sobre el campamento semidestruido. Algunos guerrilleros corrían tras la muerte de su comandante en medio del tiroteo.

Entonces, Guillermo tomó valor y se levantó del piso, salió de su enramada y caminó en dirección a los hombres del Ejercito que disparaban. Con los brazos levantados, gritó: "¡Soy un secuestrado!".

Los del Ejercito bajaron las armas. Guillermo se les tiró a los brazos, flaco, barbado, con su pierna izquierda sin responderle y llorando. Los hombres de las FARC se retiraron del combate. Algunos estaban heridos.

A los sobrevivientes les esperaba un juicio interno de responsabilidades. En él se dictaminó la ejecución del subcomandante del campamento. Su misión además de impedir el ataque era repelerlo y en caso de perder la posición, liquidar a los secuestrados.

Una historia poco común

Guillermo corrió con suerte. Estaba libre y los noticieros lo esperaban ansiosos. En rueda de prensa contaría su...

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