Sector 3 / Dolor y rabia

AutorAlfredo Villafranca

Gritar, llorar, rezar, apenas alcanza para algo. El dolor que provoca el atentado perpetrado en Madrid, una vez más nos pone de frente con la sinrazón de quien osa alardear incomprensibles motivos a partir de generar muerte. Ya la vida en sí misma es una enfermedad mortal, ya tenemos la certeza de que moriremos, pero nadie tiene derecho ni puede nunca arrebatarla bajo ningún motivo. Esto, como cualquier violencia fundamentalista, religiosa, nacionalista u originada por las naciones que esgrimen razones de democracia, sea quien sea su autor, es sin más un acto execrable.

El corredor del Henares que une Alcalá (la tierra de Cervantes y origen de la Universidad Complutense) con Madrid, a la hora en que sucedió el atentado transportaba trabajadores, estudiantes, personas que por su necesidad se trasladan distancias significativas entre sus hogares y los lugares de destino, aproximadamente una hora de recorrido. No había potentados, no había líderes políticos ni grandes inversionistas, no había autoridades nacionales y mucho menos diplomáticos, había ciudadanos de a pié, gente común y corriente sin más poder político que su capacidad de denuncia social, su credencial de elector y su asiduidad a elecciones.

Se ha dicho que las personas fallecidas son mártires de la democracia -es verdad que el modo menos ineficaz de organizarnos para dar alternancia al poder, es la democracia-, pero martirizar a la ciudadanía que ante las pobres alternativas por las que puede optar, elige políticos que en su ejercicio de gobierno no respetan la paz y, ahora endilgar heroicidad a las víctimas sin la memoria de que el pueblo español se manifestó con fuerza en las plazas, a instancia de una convocatoria de organizaciones civiles, en contra de la política internacional que invadió Iraq, es una irresponsabilidad.

No obstante, la dictadura del miedo que incita el terror no debe vencer la conciencia crítica que ha de dotar de seriedad e inteligencia a la ciudadanía que en las urnas define a sus gobernantes; este ejemplo de civilidad que el pueblo español ha dado el domingo al asistir a sus comicios estremece por su valor, y porque habla de una sociedad con alta convicción cívica.

Y es que una sociedad madura y sólida se conforma no sólo de partidos políticos honorables, creíbles y coherentes, sino de la voluntad ciudadana de forjar bien común en todo momento, haya o no elecciones, sea en catástrofes dolorosas o en el sostén de la paz y los derechos humanos en la...

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