Un santo en la familia

AutorVicente Guerrero

De entre todos los primos que el joven Salvador Lara Puente tenía en su natal Durango, había una niñita a quien más consentía: María de la Luz Puente Puente.

A ella le enseñó lo que había aprendido en casa junto a su madre, doña Soledad Puente, a tener verdaderos momentos de oración con Jesucristo y a realizar actos de piedad cristiana.

Ya desde entonces, en los inicios del siglo pasado, Salvador mostraba un interés muy especial por la fe católica; ayudaba al sacerdote Luis Bátis, originario de Chalchihuites, Zacatecas, y animaba los grupos de la parroquia.

"Se dedicaba a la Acción Católica, rezábamos juntos, todos en la casa éramos muy religiosos, pero él era especial, era muy católico, era un santo", señala su prima hermana María de la Luz, ahora de 85 años y residente en Colinas de San Jerónimo desde la muerte de su esposo, Roberto Rodríguez Solórzano, hace 32 años.

Y no se equivoca al afirmarlo. Salvador es ahora uno de los 25 mártires de la Guerra Cristera en México, encabezados por Cristóbal Magallanes, que el Papa Juan Pablo II canonizará el 21 de mayo durante la jornada dedicada al país en el Jubileo del Año 2000.

Luego de un largo proceso de verificar la vida y obra de estos mexicanos que defendieron su fe al extremo de ofrendar su vida, el pasado viernes se dio a conocer la decisión de elevar a los altares a estos mexicanos, lo que representa un acontecimiento histórico en el Continente Americano.

Los recuerdos

De Salvador, María de la Luz tiene recuerdos muy valiosos: una fotografía en blanco y negro que lleva en su cartera y un libro de oraciones que le obsequió cuando iba a recibir su primera comunión.

"Tenía como unos siete años y quería que yo empezara a rezar, porque era una chamaca", mencionó, "me invitaba a orar todos los viernes al Sagrado Corazón de Jesús y era su consentida, siempre me llevaba un montón de regalos. Yo nunca lo he olvidado".

Como tampoco son olvidables las horas para tomar chocolate caliente en casa de la tía Lala, como llamaban de cariño a la mamá de Salvador, porque era un ambiente donde se sentía la presencia de Dios.

A la edad de 21 años, luego del fusilamiento del cura Bátis y de su amigo Manuel Morales, cuando llegaron los soldados a aprehenderlo, Salvador, fiel defensor de la Iglesia durante la persecución religiosa, respondió con un firme "¡aquí estoy!" y fue sacrificado, junto a su primo David Roldán Lara.

"Me quise morir cuando me enteré, tenía 11 años, lo sentí cantidad, me duele que haya...

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