Salomón Chertorivski / El presidente no es la patria

AutorSalomón Chertorivski

Tuve el dudoso honor de ser el primer legislador a quien la dirigencia de Morena publicitó en un cartel con nombre, apellido y fotografía, estampado con un sello al calce: "traidor a la patria".

La proclama injuriante será -dicen los promotores- ampliamente difundida en la Ciudad de México, donde fui electo, para que el ciudadano común tenga en mente esa imagen, asimile esa acusación y, cuando la vea, suscite su desprecio y me asocie con tan vergonzosa conducta, de lesa nación.

Ese cartel, dedicado a mí como a cientos de legisladoras y legisladores de todos los partidos opositores, no es una anécdota, no es parte del "debate" (más bien lo cancela), ni es solamente un insulto entre muchos otros que a diario profieren: constituye un síntoma del envilecimiento político en el que naufraga hoy mismo nuestro país.

El señor Mario Delgado y la señora Citlalli Hernández han asumido la responsabilidad de esa campaña: crear mala fama, marcar a las personas, manchar su honra. Se trata no de argumentar ni defender posturas sino de estigmatizar estampando rostros y nombres con una infamia: "traidor a la patria". La práctica es propia de gobiernos autoritarios, despóticos, acaso fascistas. No puedo sino responder a ella al menos en tres planos.

El primero es que mis perseguidores deben estar conscientes de que me están acusando de un delito, tipificado desde la Constitución, bien encuadrado en el Código Penal Federal y, por tanto, objeto de consecuencias jurídicas severas. Los infamantes -Delgado y Hernández- deberán entonces demostrar que estoy al servicio de gobierno o persona extranjera y que mi objetivo es debilitar la integridad de la nación. Como eso es indemostrable -porque es una mentira-, a mí y a los demás legisladores nos están causando un perjuicio directo -daño moral-, delito que castigan nuestras normas administrativas.

Segundo. Sabemos muy bien de la tendencia del presidente López Obrador a parapetarse en un pedestal de superioridad personal, histórica o moral. Ahora esa misma actitud teatral es imitada por sus partidarios y militantes, quienes se sienten autorizados -quién sabe por qué méritos- para "boletinar" y señalar a los demás -a nosotros los legisladores de oposición- con los adjetivos y los estigmas que promueve el presidente. Hay en ello ecos tropicalizados de aquello que Raul Hilberg denunció: "Decía...

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