Cuando salí de Cuba

AutorZoé Valdés

Mantengo una relación muy honda con los libros. Es extraño que olvide alguna lectura, pero además jamás he olvidado ni siquiera la sensación física de las más importantes. Puedo cerrar los ojos y evocar el olor, el peso, el color y el espesor al tacto del papel, el tipo de letra, la situación geográfica de mis subrayados de tal o mascual título. Esto hace que pueda abrir las páginas de una obra después de varios años y, sin mucho esfuerzo, consiga hallar la frase que una tarde de ensueño me sedujo, marcada con un lápiz o simplemente subrayada en la memoria. No puedo estar sin leer, como no puedo estar sin escribir. Pero cuando hablo de libros no consigo evitar ponerme más en el plano de lectora. Mis libros me dan miedo, un pavor indescriptible. Releerlos produce en mí un dolor delicioso, y cada vez siento deseos de retrabajarlos, de reinventarlos. Los de los otros dan la sensación de bien terminados, en serenidad. Pero los míos no me dejan dormir, siento demasiado su presencia, como vigilantes, como amantes celosos a punto de apuñalarme.

Cuenta mi familia, esas tres mujeres de mi vida, madre, abuela y tía, que yo aprendí a fingir que leía y escribía alrededor de los dos años. Tomaba un libro e inventaba una historia y con mi incipiente vocabulario tartamudeaba un cuento, fascinada con la lectura imaginaria. También imitaba la escritura con una caligrafía similar al oleaje marino. Más tarde, ya en la escuela, confeccioné un idioma para unas cuantas amigas, cosa de poder chismear de los varones sin que ellos se enteraran. Luego redacté cartas y poemas dirigidos a los novios de mis compañeras de clases, quienes no tenían igual facilidad para la palabra. Creo que fue así como comencé a escribir, dando frases, sentimientos, ideas, como mismo una entrega el amor. ¿No es eso la literatura? Para mí es sobre todo un gran misterio. Misterio renovado cada vez, sentido en el más mínimo instante. Sentir el fuego de las imágenes, y añadirle más carbón al horno, es decir, palabras como trozos de madera. Es el único poder que vale la pena hoy en día, cuando son auténticas, cuando expresan los secretos artísticos, cuando impregnan de sabiduría y de poesía la vida, que es el poema más palpitante del universo.

Al cubano siempre le ha gustado leer. Se dice que el cubano es un lector empedernido y muy peliculero, por aquello de apasionarse con el cine. Antes, en Cuba existía una tradición periodística bastante extensa y de una calidad inimaginable, basta citar...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR