Salen las calaveras de fiesta en Bolivia

AutorMercedes Ibaibarriaga

Especial

LA PAZ.- Cuando Rosa mete en un taxi la calavera de su padre adornada con dientes postizos, gafas de sol y un gorrito morado de lana, el taxista exclama: "¡qué lindo, señora! ¿Cómo se llama'".

- Cirilo. Es mi papi.

- ¿Y cómo hace para que esté tan brillante?

- Le pasé un poco de cera, nomás. Si él se viera tan arregladito, estaría orgulloso. Pero qué digo; el sabe y ve todo, es un santo. Algo caprichoso, eso sí...

Lo dice porque últimamente don Cirilo hace demasiado ruido por las noches y despierta a toda la familia.

"Creo que es para hacerse notar. Por eso le he cambiado de lugar en la casa, para que se calme. Antes tenía un cuarto para él solo. Ahora lo he dejado en la habitación donde juegan mis hijos. Con los nietos está más acompañado y ven juntos la televisión", detalla.

Jueves 8 de noviembre, 8:30 de la mañana. Rosa lleva a don Cirilo al cementerio general de La Paz, donde se celebra la fiesta de las calaveras -o ñatas, su apelativo cariñoso, por ser chatas-. Una semana después de la jornada de Todos los Santos, los muertos salen a divertirse. Las calaveras se instalan entre las tumbas, para comer, beber y escuchar música hasta que oscurece.

Al llegar al camposanto, el taxista regala un par de cigarrillos a don Cirilo. Tabaco y hojas de coca son las golosinas preferidas por las calaveras.

"Como todo el mundo sabe, a los muertitos no hay que discutirles los gustos", comenta Rosa, mientras un policía cachea su bolso a la entrada del cementerio.

"¡Está limpia!", dice el agente. Rosa camina hacia la capilla, rezongando: "la gente conseguirá pasar alcohol de todos modos. Sin cerveza y singani (aguardiente), no hay fiesta".

En la calle, la muerte se abre paso a empujones. Llega en bolsas de plástico, en cajas de zapatos, sobre bandejas, en urnas de cristal o envuelta en coloridos aguayos aimaras. Viene, con la carcajada burlona y putrefacta, adornada de coronas de flores, pañuelos pirata o gorros de equipos de fútbol. Recorre la iglesia en brazos de la gente, y se detiene frente al altar a pedir bendiciones al cura.

Don Jaime Fernández, capellán del cementerio, encara el asunto con resignación. Muchas de las calaveras que clavan sus ojos abismados en él provienen de cementerios clandestinos profanados, de nichos abandonados, de fosas comunes o de universidades de medicina. Gran parte de la gente no sabe nada del muerto que tiene entre manos.

"Lo importante es entender los caprichitos de la calavera", comenta una señora. "Si la...

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