El sabor de Oporto

AutorLorenzo Armendáriz

Fotos: Lorenzo Armendáriz

Otoño es la mejor época para disfrutar Oporto. A finales de octubre se lleva a cabo la vendimia que dará vida al nuevo vino y hasta noviembre el clima se convierte en cómplice benévolo para disfrutar mejor de esta ciudad que se bebe sorbo a sorbo.

Antigua puerta comercial donde fenicios, romanos, árabes e ingleses dejaron huella, Oporto ha podido combinar la modernidad de una urbe considerada como la capital del norte de Portugal, con la atmósfera bohemia de una villa marinera que fue declarada en 1996 Patrimonio de la Humanidad.

Lo que a primera vista pareciera ser una bulliciosa ciudad enriquecida por el comercio durante siglos, se convierte poco a poco y conforme nos acercamos a la ribera que baña el río Duero, en un entramado de estrechos laberintos que descienden entre casas que rozan sus balcones y que secan la ropa al sol.

Calles que desembocan en plazuelas pobladas de gaviotas que revolotean sin cesar ante el aroma constante del mar y de sus deliciosos frutos: una gran variedad de pescados que rebozan los mercadillos locales.

Entre calle y calle siempre encontraremos una pequeña taberna, refugio por igual de parroquianos y turistas. La sed y un instante de reposo suelen ser buenos pretextos para introducirse en estos sitios que sin ser museos, son historia viva de una ciudad portuaria que vivió épocas de oro.

Aquí todo tiene valor, el viejo mostrador, los añejos toneles, los disparejos vasos que no conforman una docena, la curiosidad del tabernero y la impredecible conversación de un compañero ocasional.

La variedad de vinos y licores en Oporto es inmensa; si a eso le añadimos los jamones y embutidos que cuelgan detrás de la barra de las tabernas y el hecho de degustarlos en este pedazo de la historia, nos encontraremos en medio de una intensidad que parece mágica.

Los barrios Catedral, Barredo y Ribeira son museos vivos. El primero conserva una buena cantidad de monumentos antiguos bajo los cuales se instalan pintorescos mercadillos; el segundo parece no haber cambiado su fisonomía desde la Edad Media, y en el tercero se encuentra el mayor número de tabernas y restaurantes a orillas del río Duero, justo debajo del famoso puente Don Luis I...

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