Se va el sabio de las palabras

AutorOscar Cid de León y con información de Silvia Isabel Gámez

Hablaba con soltura más de 30 lenguas, algunas muertas. Leyó en versiones originales a Virgilio, Racine, Dostoievsky; trajo del griego antiguo los Evangelios de San Marcos, Juan, Lucas y Mateo, aunque también se mostraba atento a la creación contemporánea. Hace algunos días, por ejemplo, estaba enfrascado en la lectura de El abuelo que saltó por la ventana y se largó, del sueco Jonas Jonasson. A su edad, el título le resultaba estimulante; esperaba cumplir los 100 años que tenía el protagonista.

No fue así, y Ernesto de la Peña falleció ayer cuando amanecía a los 84.

El escritor, filólogo, poeta, erudito, había recibido el jueves pasado el Premio Internacional Menéndez Pelayo. Por cuestiones de salud, le fue entregado a distancia desde el Palacio de la Magdalena, en Santander, España, recibiéndolo en el Colegio de México, entre diversos amigos.

La debilidad de sus pulmones lo tenían conectado a oxígeno. Murió alrededor de las 5 de la mañana, de un paro cardiorrespiratorio.

Se trata de un hombre que será "insustituible".

"Lo que él hizo no lo hace ni lo ha podido hacer prácticamente nadie dentro del panorama de nuestra cultura; dominaba las lenguas clásicas, el hebreo, el sánscrito, era algo insólito", destacó su amigo, el poeta Jaime Labastida, quien encabeza la Academia Mexicana de la Lengua, institución a la que De la Peña pertenecía como miembro de número: "No encontraremos a nadie con un perfil como el suyo".

Era un hombre fuera de lo común, externó afectada su colega Margit Frenk; lo que su memoria atesoraba era "inimaginable".

"Yo lo voy a extrañar muchísimo", lamentó. "Teníamos una afinidad en muchas cosas, Ernesto y yo, excepto que yo no le llegaba ni a la punta de su pie en cuanto a conocimientos".

Conocía muy bien no sólo más de 30 lenguas modernas y antiguas -se dice que 33, desde el sánscrito hasta el inglés, la número 14 o 15 que aprendió-, sino lo que había más allá de esas lenguas, añadió el escritor Gonzalo Celorio, otro de sus amigos: "En este sentido, ejercía realmente la filología, que es una ciencia que va más allá del mero reconocimiento de las lenguas para abarcar las culturas que están detrás".

Pero su erudición no lo volcó en esa suerte de pedantería que suele envolver a los sabios.

"Pese a su enorme cultura", señaló Labastida, "jamás humilló a nadie, nunca hacia sentir que él sí sabía mientras los otros no".

Y sobre su renuencia a las cátedras, De la Peña habló en entrevista con REFORMA hace apenas unos días, en...

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