Ruta 66 / USRP

AutorDiego Beas

El tema de esta columna cambió repentinamente. Mientras yo tenía contemplado terminar una reseña sobre el último libro de Al Gore ('The Assault on Reason', que espero poder publicar en 15 días), mis planes sufrieron una modificación imprevista cuando, el lunes por la mañana, me disponía a abordar un vuelo en el caótico aeropuerto londinense de Heathrow.

Después de hacer fila para documentar por cerca de dos horas, una más para pasar los filtros de seguridad y veinte minutos adicionales de marcha acelerada para llegar hasta la puerta correspondiente -el aeropuerto todavía sufre las secuelas de los intentos fallidos hace un año de introducir explosivos líquidos en aviones con destinos en Estados Unidos-, descubrí a un grupo de personas a las puertas de mi avión esperando pasar un último y extraordinario control de seguridad.

Para mi ojo cansado y ofuscado por la cantidad de trámites que acababa de realizar, parecía tratarse de un grupo de turistas o músicos africanos que continuaban un tour mundial por capitales occidentales.

Sin embargo, su composición despistaba: en su mayoría mujeres y hombres adultos, había entre ellos, sin embargo, bebés en brazos y uno que otro anciano; mi hipótesis sobre quiénes eran no se sostenía.

Un segundo aspecto de desconcierto era la ropa que vestían: todos llevaban idénticos zapatos deportivos blancos, pantalones azul marino y una sudadera gris con unas misteriosas iniciales: 'USRP'.

Mi incomprensión aumentó cuando pronto me percaté que ningún miembro del grupo hablaba inglés -todo era traducido por un intérprete- y la mayoría llevaba consigo -como equipaje de mano- voluminosas bolsas de fibra sintética azul (de dimensiones mucho mayores a las que hoy en día permiten los aeropuertos) selladas con cinta adhesiva rotulada con otras siglas irreconocibles: OIM. Horas después me enteraría que en esas bolsas llevaban todas sus pertenencias personales.

Ya abordo del avión no quedaba rastro del enigmático grupo. Fue hasta que la totalidad de los pasajeros se encontraban abordo y en sus asientos, cuando, poco a poco y sólo en pequeños contingentes, comenzaron a aparecer y asignarles asientos a los numerosos miembros de la agrupación. Se trataba, sólo entonces descubrí, de 35 refugiados africanos que estaban camino a una nueva vida en Estados Unidos.

A 38 mil pies de altura y no dispuesto a dejar pasar la oportunidad de saber más sobre este intrigante conjunto de personas, me acerqué a charlar con Anne Sweeney, la...

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