Rosaura Barahona / A ponernos águilas

AutorRosaura Barahona

A menudo me critican porque me dejo engañar con facilidad. No es así, pero prefiero seguir recibiendo desengaños que dejar de confiar en las personas.

Alguna vez le conté cómo en mi familia no nos permitían jugar con nuestra palabra. Si mis papás nos oían decir entre hermanos "Te doy mi palabra", nos preguntaban qué era tan importante como para empeñar algo que no se debía tomar a la ligera.

Hoy en día, para mucha gente, la palabra no tiene mucho sentido, pero mire, cuando nos educan, nos marcan y esas marcas no se borran con facilidad, de modo que mi concepto de empeñar la propia palabra sigue siendo muy importante.

Si alguien me dice: "Le doy mi palabra que haré lo acordado", yo le creo, aunque dentro de mí sepa que no lo hará. ¿Por qué? Porque lo otro es aceptar llanamente la nulidad de la palabra empeñada y prefiero no hacerlo.

Eso no significa que crea todo lo que me dicen, pero sí muchas cosas. Desconfiar de todo (como alguna gente hace) es una buena estrategia, pero a mí me duele y prefiero no usarla.

Por eso cuando llegamos a un restaurante, librería o comercio cuya factura necesitamos para nuestra declaración de impuestos, damos todos los datos de la manera más clara posible y esperamos el envío de la factura electrónica.

Desde que empezamos con las facturas electrónicas, los comercios nos dan un recibo de compra y nos prometen enviar la factura a nuestra dirección electrónica, pero ¿qué cree usted? ¡La mayoría no lo hace!

Si llamamos para preguntar por qué no la hemos recibido, la lista de excusas y pretextos es mexicanísima: "Se nos descompuso la computadora... el contador no está en este momento y es el único que puede explicarlo... ya la mandamos, pero tal vez usted no lo ha recibido... nos falta uno de sus datos... sobra uno de sus datos... ya la enviamos, pero nos la regresaron... no hay constancia de su visita... en este momento se la mandamos...".

Y la dichosa factura nunca llega. En verano estuvimos en Los Cabos un mes y fuimos a 8 ó 10 restaurantes. En todos pedimos facturas, en todos dejamos nuestros datos impresos, en todos nos juraron que la enviarían. Tres la enviaron. Llamamos y llamamos y las respuestas siempre fueron las antes citadas. Hasta que nos vencieron por...

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