Rosaura Barahona / Drogadicta

AutorRosaura Barahona

Fuera de beber socialmente, nunca he consumido drogas de ningún tipo. Ni siquiera el cigarro que en mi juventud fue una elegante y nada dañina tentación que prometía hacernos más mundanas.

Por eso, tras leer "La primera droga", el artículo publicado en estas páginas por Karen Batres el sábado pasado, me entristeció saber que soy una drogadicta desde hace años.

Borges imaginaba el paraíso como un tipo de biblioteca infinita. Y yo le añadí: "un paraíso en donde se pueda leer y comer chocolates, al mismo tiempo, por el resto de la eternidad".

¿Nacemos o nos volvemos dulceros? No lo sé y supongo que habrá teorías para sustentar una u otra idea, pero la verdad, no importa.

Quienes somos, ¡ahora lo sabemos!, adictos al azúcar, no podemos vivir sin ella o, por lo menos, nos cuesta mucho eliminarla de nuestra dieta.

No le contaré mi vida, pero sí le daré unos ejemplos para ilustrar la dimensión alarmante de mi adicción.

De niña, a mi hermana menor su padrino le regalaba una inmensa caja de chocolates el día de su cumpleaños y, como a ella no le gustan, me la daba a mí.

Yo la guardaba para el domingo en que me llevaba todos los periódicos o un libro a mi cama y me zumbaba la caja entera, en ayunas, mientras leía.

No soy diabética, nunca lo he sido y no quiero serlo, pero con la décima parte de lo que he consumido en azúcares ya otros estarían en coma diabético.

Hace poco más de un año, o sea ya en plena tercera edad, fui a comprar unos dulces típicos artesanales al lugar en donde los hacen. Al entrar me sentí niña en una juguetería inmensa.

La dulcería es maravillosa: por acá, cocada recién hecha; por allá, cacahuates y nueces garapiñados; al lado, los dulces de leche y, enfrente, el camote, la chirimoya, los higos, la calabaza y todo lo demás formando filas deliciosas.

Compré los dulces que iba a regalar y me regalé otros yo. Ese día (y lo confieso no sin pudor), en vez de la comida normal, me zumbé la cocada; en vez de cena, unas bolas de leche cubiertas de nuez y, al día siguiente, en vez de desayuno, unos higos deliciosos.

En eso llegó un sobrino que es doctor y me preguntó cómo estaba comiendo eso a esas horas del día. Alguien le contó mis excesos del día anterior y me regañó.

Me explicó que mi organismo no podía procesar esa cantidad de azúcar y que me iba a dar un coma diabético, aunque no fuera...

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