Rosaura Barahona / Corifeos temerosos
Autor | Rosaura Barahona |
Todos los mexicanos usamos el mismo pasaporte, pero un oaxaqueño poco o nada tiene que ver con un chihuahuense ni un yucateco con un potosino.
Nuestras regiones son muy distintas en cuanto a la apariencia física de sus habitantes originales y, también, en cuanto a su cultura: manera de ser, uso del lenguaje, lenguas nativas, antecedentes indígenas (un olmeca es muy distinto a un kikapú), manejo de la religión, usos, música, comida y ritos, entre otras cosas.
Pero seamos de donde seamos, todos somos mexicanos y la mayoría se identifica porque se la pasa tratando de sobrevivir con decoro y, ahora, porque el miedo y los temores se han adueñado de nosotros.
Mi generación (los actuales abuelos) y nuestros hijos fuimos dueños de las calles cercanas a casa mientras crecimos. En vacaciones, mis hijos se salían a jugar al parque cercano, se iban caminando al deportivo de la colonia, andaban en bici y regresaban hasta en la tarde.
Sólo les pedíamos quedarse en los sitios acordados y, claro, no hablar con extraños.
Mis nietos (22, 15, 13 y 10 años de edad) ya no conocieron el placer de jugar en el parque ni en la calle porque las amenazas de secuestros y robos de adultos, niños y adolescentes se volvieron realidad.
Muy triste: hemos perdido esa parte de la valiosa libertad cotidiana que nos permitía transitar a pie o en transporte público o privado sin ningún temor.
Hoy manejamos sabiendo que en cualquier esquina, a plena luz del día, podrán quitarnos el carro, la bolsa y, en no pocas ocasiones, la vida.
Subirse a un camión o al Metro nos exige cruzar los dedos para que no aparezca un asaltante y cargue con las magras posesiones de todos.
A nuestros antes tranquilos tacos hoy les ponemos salsa de temor porque, en cualquier momento, nos pueden robar la bolsa o atracar el restaurante.
Nuestra vida se ha convertido en una especie de tragedia griega continua, representada en todo el cono de la abundancia y en la que nosotros quedamos convertidos en meros integrantes del coro.
Si usted recuerda, las obras de teatro griego al principio eran actuadas por un solo actor que debía cambiarse y mientras eso hacía, el coro formado por hombres vestidos de la misma manera cumplía...
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