La rosa de los vientos

AutorChristopher Domínguez Michael

Leídos algunos libros, clásicos y conmemorativos, sobre el centenario cumplido en 2009 de la Nouvelle Revue Française (NRF) permanece sobre la mesa, a discusión, la misteriosa personalidad, el raro atractivo, de André Gide, el fundador de la revista, su animador y su espíritu tutelar. Nadie cree -y quizá nadie lo creyó nunca- que Gide sea, haya sido, un gran escritor. Excepción hecha del Diario (1889-1949), que al reconocérsele como su libro capital se convierte en una recomendación de su vida en tanto que su verdadera obra maestra, se estiman poco las narraciones de Gide que en su día hicieron furor, las de juventud (Los alimentos terrestres, Los nuevos alimentos, El inmoralista, escritas entre entre 1891 y 1914), esas piezas de lirismo declamatorio que son nietzscheanismo pasado por agua, vino bautizado. Aunque a mí me siguen gustando Los sótanos del Vaticano (1914) y Los monederos falsos (1929), no me los llevaría conmigo a la isla desierta.

Pero uno se burla de El inmoralista y de su celo en la contraedificación en el mismo tono usado contra Las tribulaciones del joven Werther y su cursilería. Son clásicos sentimentales, ilustraciones del estado de ánimo de una época (el prerromanticismo, el temprano siglo veinte). Ambos libros, empero, nada pierden con nuestras burlas como en nada modifica a nuestra adolescencia la severidad con la que podemos llegar a mirarla. Goethe y Gide nos sobreviven, dueños de una arrogante, despreocupada lozanía.

Voy al grano: se dijo que Gide fue el más grande de los escritores menores. Podría decirse de otra manera: nunca un escritor valorado con tanta y acaso merecida reserva tuvo una influencia tan fascinante e insospechada. El poderío de Gide se expandió, ya se sabe, a partir de la honradez de su vitalidad, de la libertad con que vivió su homosexualidad y la forma en que la hizo pública (Corydon, 1923, libro anticuadísimo, a estas alturas de la institucionalización de los derechos de los gays). Junto a esa histórica salida del clóset, su fervor y su decepción del comunismo, en los años 30 y la manera en que evitó comprometerse, después, con la Francia de Vichy, lo convirtieron en un ejemplo moral. Gide cumplió con la parábola del inmoralista transformado en el verdadero moralista, una transvaloración tan consecuente que desde entonces es clásica.

Más allá, al acercarse a las biografías inconclusas que de Gide se han intentado (de Pierre de Boidsdeffre, de Claude Martin), releyendo a Maria van Rysselberghe...

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