Rogelio Ríos / Severa falla

AutorRogelio Ríos

"Boston, tenemos un problema", fue la frase de advertencia que nunca llegó a las autoridades de esa ciudad cuna del patriotismo estadounidense, y que pudo haber salvado las vidas y los cuerpos de personas caídas en los bombazos del Maratón que perpetraron los hermanos Tsarnaev.

No llegó esa frase porque se perdió en la maraña institucional y operativa de la comunidad de inteligencia de Estados Unidos, la misma que supuestamente había quedado reconstruida después de la devastación que dejó el 9/11.

Los rusos, siempre tan sutiles, expresaron que ya habían reportado meses atrás a la CIA y al FBI sobre las actividades sospechosas de Tamerlan Tsarnaev; pero parece que no les hicieron mucho caso y el muchacho no fue más que levemente interrogado por el FBI, tras lo cual pudo seguir adelante con su vida "normal".

Porque ya sabemos todos que los Tsarnaev vivían legalmente en Estados Unidos, su familia los había trasladado ahí una década atrás y no tuvieron ninguna dificultad en mezclarse con la comunidad estudiantil bostoniana.

Igual que los jóvenes árabes suicidas con visas americanas que pilotearon los aviones que se estrellaron en el World Trade Center de Nueva York el 11 de septiembre de 2001, los Tsarnaev llegaron por la puerta de enfrente (¡desde Daguestán y Chechenia!) a territorio gringo y entraron sin dificultad a pesar de las señales de riesgo.

El problema es que lo que pasó en 2001 no debía repetirse, se supone, en el 2013, si nos atenemos a las conclusiones de la Comisión del 9/11 creada por el Congreso de Estados Unidos y cuyo ya clásico reporte (publicado en 2004, disponible en www.9-11commission.gov) detalló las fallas de la inteligencia estadounidense que permitieron el ataque a las Torres Gemelas a pesar de las advertencias generadas por los propios agentes estadounidenses durante el verano de 2001.

Una de esas severas fallas, notaron entonces los legisladores estadounidenses, fue la información no compartida entre agencias de inteligencia, cuya raíz era la tradición de la Guerra Fría de procesar la información recolectada en "compartimentos", es decir, en los cajones de cada agencia, y de ahí no difundirla para no comprometer, se pensaba, una filtración.

"La estructura de incentivos de cada agencia es opuesta a compartir, con riesgos (criminales, civiles y de sanciones internas administrativas), pero con escasas recompensas por compartir información", dice en el reporte.

"No hay castigos por no compartir...

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