Rogelio Ríos/ El alumno ideal

AutorRogelio Ríos

En la educación superior, el alumno ideal, ése con el que sueña secretamente cada profesor, el que escucha sin pestañear, participa, atiende la clase, elabora los papers y trabaja incesantemente, no existe.

En honor a la verdad, tampoco existe el profesor ideal, cuya explicación es clara y sencilla, de conocimiento enciclopédico y cultura general, siempre con buena disposición para escuchar y atender a sus alumnos, dedicado exclusivamente a su materia, sin otro interés que la enseñanza y sin otra recompensa que el aprovechamiento de sus pupilos.

El grueso de los alumnos y profesores anda en un punto intermedio entre esos tipos ideales. Sus motivaciones son tan diversas como inesperadas: estudio mientras me caso; voy a la universidad para complacer a mis padres que quieren hijos profesionistas; el ambiente es muy bueno y las chavas están increíbles; vengo porque quiero aprender lo más que pueda.

Doy clases, piensan muchos profesores, porque me las asignó el jefe de departamento, ni modo; por currículum; para no tener que investigar y publicar; pero también por el amor genuíno a enseñar aun cuando a veces el maestro predique en el desierto de su alumnado.

Los puntos de encuentro entre buenos maestros y buenos alumnos no son tan raros y excepcionales, sin embargo, como pensaría quien no ha dado clases jamás en una universidad.

Cada grupo, cada semestre, trae algo rescatable en el grupito de buenos estudiantes siempre identificable entre la masa del salón.

¿Cómo no saborear la satisfacción de dar una buena clase? ¿Cómo no agradecer a la Providencia que el alumno fulanito o la alumna menganita están en nuestro grupo y salven la tarde con una buena intervención?

Los maestros novatos, desapasionados o atrapados en la rutina son los más propensos a señalar con índice de fuego la indisciplina, rebeldía o apatía del grupo de alumnos que en clase no tienen otro interés que pasar el rato lo mejor posible.

Es un deporte nacional en las universidades mexicanas poner en aprietos a los maestros que tienen algún ángulo vulnerable: temperamento irascible, poco dominio de la materia, desgano y falta de interés ante el grupo, que pasan por una mala racha o incluso a los consagrados por el exquisito placer de sacarlos de quicio.

Pero, salvo casos excepcionales de alumnos definitivamente trastornados, para un maestro con algo de tablas, que enseñe materias que domina, que tenga el gusto y la dosis necesaria de pasión por dar clases, no será mayor problema el...

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