Robo de automóviles: De víctima a detective

AutorGuillermo Zepeda Lecuona

José K. reside en la Ciudad de México. El sábado 11 de diciembre estaba en una tienda de artículos de oficina cuando cinco personas con armas de fuego entraron al lugar, sometieron al guardia, obligaron a todos los clientes a concentrarse en un rincón de la tienda y a tenderse boca abajo en el suelo. Tomaron el dinero de la caja y mercancías, y comenzaron a quitarles dinero y joyas a todos los que estaban en el lugar: "¡Cooperen o se los carga la..!"; "¡Que no me mires la cara!"

Por fin parecía que todo terminaba, pero de pronto hicieron una pregunta que dejó helado a José: "¿De quién es el Tsuru rojo?" Parecía que, después del jugoso botín, tenían problemas de cupo. José apretó el rostro contra la alfombra y esperó un par de minutos en silencio. Por fin, alguien se atrevió a levantarse y explorar. "Parece que ya se fueron". Poco a poco se incorporaron. Habían pasado unos siete minutos. José salió con cautela. Su carro no estaba.

Todos los días en la Ciudad de México alrededor de 140 personas son despojadas de sus vehículos. Algunos descubren que su carro desapareció del lugar donde lo habían estacionado. Otros son abordados al desactivar la alarma. Otros son detenidos y despojados mientras circulan por las calles de la ciudad.

Diariamente se reportan alrededor de 600 delitos en la ciudad y se estima que el 70 por ciento de los ilícitos no son denunciados. Es decir, que en realidad se cometen unos 2 mil actos delictivos diarios en la capital del país.

Desde la tienda, José tomó el teléfono y marcó al 080, el número de emergencia enlazado para una reacción inmediata.

-¿Hace cuánto se lo robaron?

-Hace como nueve o diez minutos.

-¡Cómo! ¿Diez minutos? No, joven, eso se reporta inmediatamente. Ahorita ya no tiene caso "radiarlo", ya han de ir bien lejos. Mejor vaya a denunciarlo.

-Por favor, avise por la radio -suplicó José mientras recordaba un anuncio bancario ("aquí es vigilancia").

-Está bien -concedió el operador- pero sinceramente creo que no tiene caso...

Ese fue el primer rostro del sistema de justicia.

Investigar por cuenta propia

José fue a la delegación a presentar su denuncia. Lo primero que se le pidió fue ubicar en un mapa el lugar exacto donde ocurrió el delito para determinar si realmente correspondía a esa agencia la atención del caso. "Sí", reconoció el empleado, sin disimular su leve tristeza de no poder canalizar el caso a otra área.

Dos horas después José comenzó a rendir su declaración:

"No, joven", le reconvinieron paternalmente, "esa zona es muy peligrosa. A diario recibimos 10 ó 15 denuncias de asaltos o robos a plena luz del día".

José guardaba silencio mientras pensaba: ¿por qué, si la zona era tan peligrosa, no se reforzaba la vigilancia? ¿O acaso los reportes no servían para dirigir la política policial? Mientras declaraba, le quedaba claro que tanto el funcionario de la agencia como él estaban perdiendo el tiempo. No percibía que la Procuraduría, a excepción del actuario, estuviera haciendo algo por su caso.

De acuerdo con la Constitución, en nuestro país no existe la venganza privada. Es decir, la víctima de un delito no puede, por sí, indagar, acusar, perseguir, ni mucho menos castigar a los responsables. A cambio se ofrece un sistema expedito y gratuito de persecución pública de los delitos, en el que la autoridad, al tener noticia de la comisión de un delito, necesariamente (de oficio, sin necesidad de que las víctimas lo pidan) inicia la investigación que le permita esclarecer si los hechos son realmente delictuosos, así como identificar y capturar a los posibles responsables, para corresponder al interés de la sociedad en que los delitos sean aclarados y castigados.

Sin embargo, en la práctica vivimos en un sistema donde las víctimas de los delitos tienen que impulsar "su" proceso y hacerle de detective para esclarecer y llevar evidencias hasta el...

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