Roberto Newell / Legado trágico

AutorRoberto Newell

En una encarnación profesional previa participé en varios proyectos de consultoría en Venezuela. Durante 2 años de los noventas, viajaba todas las semanas a Caracas para participar en proyectos cuyo fin era mejorar el desempeño de la empresa telefónica, en ese entonces recién privatizada. CANTV manifestaba muchos problemas que debían ser corregidos: las fallas de servicio eran frecuentes y los tiempo de respuesta de las áreas de mantenimiento eran largos; los clientes tenían que esperar meses y hasta años para obtener una línea telefónica; la calidad de las llamadas era mala y el servicio que se prestaba a los clientes en las áreas comerciales era terrible.

A partir de la privatización de CANTV, la mayoría de los indicadores de operación empezaron a mejorar. Cuando yo la conocí, todavía no alcanzaba el nivel de desempeño que tenían las mejores empresas del mundo, pero la brecha se estaba cerrando. Durante estos años, CANTV y muchas otras empresas venezolanas -entre ellas las del sector petrolero- crecían y reportaban mejores resultados económicos y operativos. La economía venezolana tenía muchos retos por resolver, pero caminaba en la dirección correcta.

Lo que no mejoraba era el sistema político. La población aborrecía a los dos principales partidos políticos. Lo que más les ofendía era la corrupción. Por ello, el respaldo político de los gobiernos de Acción Democrática y COPEI no era sólido. Los votantes iban a las urnas a escoger al candidato menos ofensivo de una lista de personas que no entusiasmaba a nadie. El descrédito de los partidos tradicionales era tan grande que aparecieron nuevos partidos políticos liderados por candidatos con credenciales democráticas muy cuestionables. Chávez era uno de ellos.

La victoria de Chávez en las votaciones de 1998 se debió al hartazgo de los ciudadanos y a la conexión que Chávez logró establecer con un segmento grande de la población. Lo más destacado de esa campaña presidencial fue la total falta respeto de Chávez a la verdad y su disposición a asumir posiciones extremas que coincidían con el hartazgo de la población con la manera tradicional de hacer política. En la campaña de 1998, Chávez estableció un estilo de liderazgo que ya no abandonaría: culpaba a los "oligarcas" y a Estados Unidos de todo lo que no estaba bien en Venezuela. Contaba una mentira tras otra, y si alguien cuestionaba sus declaraciones, contraatacaba con más mentiras, difamando al que tuviera la temeridad de cuestionarlo. Se...

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