El 'otro' Rivera

AutorLourdes Zambrano

La familia más rica del mundo en los años 30 del siglo pasado, los Rockefeller, estaba por construir un rascacielos en plena época de recesión económica.

El monumento a su apellido necesitaba un toque especial y para ello requerían a un gran artista. Se manejaron tres nombres: Pablo Picasso, Henri Matisse y Diego Rivera.

El elegido fue el mexicano. El encuentro entre los apellidos, uno de abolengo izquierdista y otro emblemático del sistema capitalista mundial en ese momento, tuvo un fin desastroso.

Rivera hizo de las suyas y pintó a Lenin en una esquina de lo que sería "El Hombre en una Encrucijada", y desató la presión social que llevó a Nelson A. Rockefeller a tomar una decisión radical, si Diego no quitaba el rostro del líder ruso quedaría despedido... y así fue.

Le pagó 15 mil dólares y al cabo de unos meses el mural fue destruido, pero no se borró de la mente de Rivera, y pronto encontró un nuevo espacio en donde rehacerlo, el Palacio de Bellas Artes.

Con el sueldo que recibió como pago, realizó 21 paneles transportables que formarían "Retrato de Norteamérica", una especie de rompecabezas, en donde contó su propia versión de la historia estadounidense, un trabajo abiertamente propagandístico del comunismo, y que donó a la New Workers School, organización obrera neoyorquina, sede del Partido Comunista de Oposición (a Stalin).

De estos paneles sobrevivieron menos de la mitad, y cinco de ellos estarán en Monterrey, en la exposición "Epopeya Mural" que se inaugurará en Marco, el próximo viernes.

Los acompañarán documentos originales de 23 proyectos murales, de los casi 50 realizados por Rivera a lo largo de su carrera, que culminó un 24 de noviembre de 1957, cuando falleció en Coyoacán.

Los 'adefesios' muralistas

México, años 20. El País estaba reacomodándose y tratando de regresar a la paz tras la Revolución Mexicana. La mayoría de la población era analfabeta y, ante tales condiciones, los muros eran los libros en los que se pretendía educar a los habitantes de la caótica nación.

Hernán Cortés, Miguel Hidalgo, José María Morelos y Pavón, la tradición del Día de Muertos y hasta la Creación, de acuerdo con el culto cristiano, realizados en dimensiones gigantescas, convivían diariamente con los habitantes de México.

La estrategia era nueva para el País. Los que no tenían la necesidad de aprender gráficamente se burlaban de las "decoraciones" o les resultaban indignantes, relata Raquel Tibol en su libro "Diego Rivera. Luces y Sombras".

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