Rita Hayworth y Orson Welles: Un amor atormentado

AutorGuadalupe Loaeza

El corazón de Orson Welles no sólo quedó intacto y enterito después del rompimiento con Dolores del Río, tal y como lo describimos en la entrega anterior, sino lleno de esperanzas y expectativas. Ahora lo que ocupaba su espíritu era la imagen de una mujer bellísima que había visto en la portada de una revista. Fue tal su fascinación que decía a sus amigos que en cuanto la conociera la pediría en matrimonio. "Estás loco", "por más famoso que te creas, ella, seguramente, ni sabe de tu existencia", le decían sus amigos muertos de risa. Sin embargo, él tenía la firme convicción de que un día alguien se la presentaría. Joseph Cotten, íntimo amigo de Welles, al ver que realmente estaba obsesionado por la estrella, organizó una fiesta con el objetivo de cumplirle su deseo y presentarle a Rita Hayworth, la pelirroja más famosa de Hollywood, la vamp más sensual y taquillera de la pantalla. A Orson no le importó que viniera acompañada de Victor Mature (con su eterna cara de dolor de estómago), ni tampoco le desanimó la indiferencia y la manera en que rechazó sus coqueteos. Al día siguiente, lo primero que hizo el impaciente enamorado fue hablarle por teléfono, y el siguiente, y el siguiente, y el siguiente. Pasaron cinco semanas hasta que, por fin, harta, halagada o curiosa ante tal insistencia, Rita aceptó salir a cenar con él.

Welles pronto se dio cuenta que Rita, en persona, no respondía a la imagen de vampiresa sensual y hechicera que proyectaba en la pantalla y no encontró a la estrella que él se esperaba, pero no cabía duda de que con su silueta perfecta y su admirable cabellera rojiza, su modo de andar, a la vez provocativo y majestuoso, era tan hermosa como aparecía en sus películas. Lo que más llamó la atención y más llenó de amor y ternura a Orson fue su vulnerabilidad, su ausencia total de afectación y su sencillez en la provocación. Todo esto lo desarmó de tal manera que hasta para él mismo su reacción ante ella fue una revelación y un descubrimiento de su propia personalidad. ¿Por qué este contraste entre la estrella y la mujer?

Margarita Carmen Cansino nació en Brooklyn en 1918. Eduardo Cansino, su padre, se decía español, aunque se murmuraba que más bien era gitano. Desde que su hija tenía 13 años, Cansino la obligaba a aparecer como su pareja en un número de danza española. Como era menor de edad, no podía presentarse en los cabarets americanos donde se servía alcohol y optaron por presentarse en casinos de Tijuana y Aguacaliente, en México, donde nadie hacía preguntas sobre la edad de esa pequeña que más que artista parecía que acababa de hacer su primera comunión. De ahí que Welles siempre se hubiera referido al padre de Rita como un personaje horrible que obligaba a su hija a aparecer como su esposa en sus tournées. Por tal motivo, Margarita no podía asistir a la escuela, ni salir a jugar con niñas de su edad. Andando el tiempo, la falta de preparación escolar le quitó total seguridad en su vida adulta y siempre lo resintió como algo que la avergonzaba. Lo que sí le enseñó su padre en esa tierna edad fue a ser provocativa en el escenario cuando, al contrario, era una niña de una timidez casi enfermiza. Esta dicotomía en su personalidad, por un lado, la seguridad deslumbrante, el derroche de sensualidad y provocación ante un público básicamente masculino y su apocamiento fuera del escenario le ocasionaron inestabilidad emocional. Welles, que había sido atraído primero por su imagen pública, fue conquistado precisamente por esa fragilidad. Lo único que deseaba, además de estar a su lado, era protegerla.

El señor Cansino había sido el primero en explotar la belleza de su hija. Después vinieron otros. A los 18 años, totalmente inmadura, Rita se casó con un hombre de negocios 20 años mayor que ella, Judson, un mediocre, vicepresidente de un estudio cinematográfico que la había visto bailar y se la llevó a Hollywood, donde le puso el nombre de Rita Hayworth. Allí, materialmente la vendió al conocido virtuoso de la vulgaridad...

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