Ricardo Monreal Ávila / El triunfo posible

AutorRicardo Monreal Ávila

Hace 16 años, cuando la izquierda mexicana se aglutinó en torno al Frente Democrático Nacional y a la candidatura presidencial de Cuauhtémoc Cárdenas, alcanzó su más importante participación en unos comicios nacionales, con el 31.03 por ciento de la votación oficialmente reconocida. Aquel fue un proceso electoral opaco, conflictivo y altamente cuestionado, donde se habló de un fraude sin precedente contra la izquierda coaligada, que a partir de entonces emergió como fuerza política nacional.

Vendría después la constitución del PRD, cuyos desempeños electorales federales han sido 8.25 por ciento de la votación en 1991; 17.07 por ciento en 1994; 25.71 por ciento en 1997; 17.0 por ciento en 2000 y 18.6 por ciento en 2003. En las 14 elecciones locales del 2004 su promedio de votos obtenidos fue del 17.1 por ciento.

Con excepción de las elecciones federales 1997, cuando el llamado "efecto Cárdenas" llevó al PRD a ganar el gobierno de la capital de la República, a obtener el más alto número de diputados en el Congreso de la Unión y a iniciar el ciclo de gobiernos estatales perredistas, el promedio de votación a favor del PRD éstas es del 17.33 por ciento.

A un año y medio de las elecciones presidenciales del 2006, diversos estudios de opinión muestran a la izquierda mexicana representada en el PRD como una fuerza política posicionada en el espectro electoral y dibujan la posibilidad real de ganar la Presidencia de la República. Sin embargo, la posibilidad por sí sola no es suficiente. Es necesario emprender desde ahora diversas reformas, acciones y medidas.

A diferencia de 1988, cuando una ofensiva política de Estado canceló cualquier oportunidad de triunfo electoral a la izquierda en este país, la posibilidad de concretar en el 2006 esta nueva expectativa depende mayormente de factores endógenos, es decir, de lo que haga o deje de hacer el PRD como principal organización de la izquierda mexicana.

Desde esta perspectiva, son varias las medidas que convendría emprender. Lo primero es desterrar el espejismo autocomplaciente de la popularidad, esa suma peculiar de identificación, aceptación e intención electoral que es condición indispensable en una contienda, pero no es lo único que deben tener los participantes.

Un candidato popular se puede convertir en estatua de sal si no está acompañado de "factores de consolidación" como son: un partido nacional en términos territoriales, una maquinaria electoral apta para la movilización ciudadana, un programa de gobierno alternativo y viable, y un proceso de selección interna que legitime al partido frente a la sociedad y a la vez genere ese pegamento de las organizaciones políticas que se llama "cohesión" e "institucionalidad".

Sin embargo, también es importante abandonar el extremo opuesto a la popularidad autocomplaciente, que es la...

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