Ricardo Elias / Estetización del caos

AutorRicardo Elias

Vivir en un entorno sucio y desordenado hace que al cabo de un tiempo no notemos ni nos moleste la basura o el desorden. Los tiliches y cachivaches amontonados, los muebles rotos y desgastados se convierten en un nuevo estándar estético aceptable y fijado en nuestras mentes.

Algo similar está pasando con la ilegalidad, la violencia y la corrupción. Hemos pasado tanto tiempo en medio de ella, sufriéndola en carne propia o viéndola a nuestro alrededor o en los medios de comunicación y entretenimiento, que hemos comenzado a verlas como algo normal. Nuestro estándar ético y de civilidad se ha modificado y nuestra capacidad de asombro al delito se ha relativizado.

Violar las leyes, robar y hasta matar ya no es tan terrible como alguna vez lo fue. Reclamar el que alguien circule en sentido contrario o dé una vuelta prohibida es una exageración; toleramos a los políticos que roban poquito y a los que roban mucho sin que los cachen; hemos aprendido a vivir con asaltantes que nos quitan relojes y dinero, pero nos dejan la vida.

Nada nos sorprende ya. Nos hemos acostumbrado a lo ilegal, a lo inmoral y a la violencia, y todos poco a poco, de diferente manera, nos hemos ido convirtiendo en personas más hostiles, insensibles, egoístas, frívolas y sin ninguna clase de responsabilidad social.

Hemos estetizado el caos, y con esto me refiero a que las transgresiones a las leyes y reglamentos, la corrupción, la pobreza, el odio, la basura y las miserias humanas ya no nos molestan, asustan o sorprenden. Hemos aprendido a vivir con todo ello, sin sentirnos mal y sin remordimiento alguno. Unos intentando encapsular sus vidas y cerrar los ojos al caos, otros como hábiles cómplices adaptados y mimetizados en él, y los menos, luchando a contracorriente como quijotes ilusos que creen en la posibilidad de un mundo mejor.

Nos preocupamos por la impunidad y la inseguridad, pero no nos ocupamos en hacer nada para evitar el desdén a las leyes, a la civilidad y el orden. Pedimos y exigimos legalidad y comportamiento ético a todos menos a nosotros mismos.

El respeto a las leyes y a las personas, si acaso se da, es sólo para las apariencias, y dependiendo siempre de análisis de costo o beneficios inmediatos.

Es socialmente aceptable pasarse un alto, no pagar deudas, violar contratos, falsificar documentos, mentir, etcétera.

Nos hemos adaptado de tal manera al caos que ya no...

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