Ricardo Elías / Su casa no es mi casa

AutorRicardo Elías

Mi vecino tiene diez hijos, como ocho hermanos, más no sé cuantos primos, tíos, sobrinos, etcétera. Y todos viven con él.

Su casa es enorme, y salvo por algunas pocas áreas, está muy deteriorada y no cuenta con los servicios básicos suficientes para abastecer y albergar a toda la parentela que en ella habita.

Su economía es en general bastante pobre, y aunque algunos parientes cuentan con todas las comodidades y lujos que se puedan imaginar, más de la mitad de la familia vive en condiciones de pobreza extrema.

Ambos vivimos en una zona llamada Las Américas, y entre su casa y mi casa no ha habido hasta ahora ninguna barda o muro que nos separe.

Mi casa es prácticamente del mismo tamaño que la de mi vecino, sin embargo, se puede ver a simple vista que no sólo tenemos economías distintas, sino una cultura diferente. Mientras en mi casa hay un gran respeto por las leyes y las normas de convivencia, en la suya son ignoradas por completo.

Casi todos los miembros de mi familia cuentan con los recursos suficientes para llevar una vida digna, y aunque hay áreas de mi residencia que son más pobres que otras, éstas nunca llegan a ser tan deplorables como las de mi vecino.

Muchos de los parientes de mi vecino que con frecuencia visitan mi propiedad se han dado cuenta de las diferencias, pero en lugar de organizarse y trabajar para mejorar las condiciones de vida de su propia casa se dedican a pelear y discutir a ver quien se queda con las mejores habitaciones, o cómo se reparten entre unos cuantos la comida y los bienes materiales de que la familia dispone, y que por cierto son muchos.

Si algunos de los parientes más pobres reclaman, o intentan ocupar las secciones más suntuosas de la casa, y que son utilizadas por los caciques del lugar, los sacan como se pueda, prometiéndoles que pronto harán los cambios necesarios para que en sus respectivas habitaciones cuenten con mejores condiciones de vida que las actuales.

De tiempo en tiempo, algún envalentonado toma por la fuerza una de las mejores áreas, adueñándose de ella y convirtiéndose en una especie de nuevo rico que se unirá a los demás caciques. Sucede lo mismo que en el dicho ranchero: "contra los ricos hasta que nos igualemos, y una vez igualados, a defendernos".

Lo malo es que los que no han logrado adueñarse de lujos y comodidades en su propia casa, han optado por meterse a la mía, usando los servicios con que cuento y comiéndose a escondidas los frutos de las huertas que tengo sembradas.

Mis...

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