Reunión familiar / Nosotros los jotos

Los berridos de La Bendición profanaban la paz de mi estudio. Su abuela, Raquetita Invencible, aseguraría después que en sus cinco meses de vida el más pequeño de los Bertrán no había hecho un berrinche semejante. Pero en ese momento mi querida cuñada se entregaba con pasión, como suele hacerlo en la cancha de tenis, para resolver tan inédita situación presidiendo un consejo anti rabieta al que también asistía el otro abuelo, mi hermano Gelos, y los padres primerizos de la criatura: Gotita de Miel (de ese color tiene los ojos mi sobrino) y su pareja La Cachonda (que así apodó mi madre por razones obvias).

De esta forma yo asistía igualmente, la tarde del sábado pasado, a una situación inédita que trastocaba mi tranquila rutina de fin de semana: el gustazo de recibir por primera vez a toda mi familia en su pobre palacete.

Sí, en más de 15 años no había invitado a una reunión a mis padres, mis cuatro hermanos, sus querides cónyuges y 10 vástagos, más las parejas de dos de ellos. Pecado capital en un país integrado por familias muégano, que van pegadas al supermercado y hasta a la cola de la gasolinera.

A las cariñosas insinuaciones de mis hermanos siempre pretextaba que mi casa es pequeña para acoger a casi 30 personas, que sus escaleras me parecían peligrosas cuando mis sobrinos eran pequeños, que carezco de jardín, no tengo televisión ni videojuegos y en qué se iban a entretener los chamaquitos.

Así fueron creciendo los sobrinos, con la incógnita de cómo sería la casa de su tío rarito, el periodista que tiene muchos libros y había heredado las "legendarias antigüedades" de las abuelas.

Últimamente, mi hermano La Güera -nunca he sabido el por qué de este apodo transgénero- insistió en que sus hijas, La Artista y La Lectora Insaciable, tenían ilusión de conocer mi casa. Yo me seguía haciendo güey porque pensaba que me sería muy complicado organizar, en mi modesta casa, una comida como las que él o mi hermana Rorrat suelen ofrecernos.

Creo que mi querida mamá se puso como propósito de Año Nuevo lograr esta invitación, así que en aras de la "unidad familiar" recurrió a las artes propias de toda progenitora: el chantaje y la sutil manipulación, que hoy se prodigan hasta por WhatsApp. Yo caí, sobre todo porque tuve la repentina iluminación de que podría invitarlos a un pastel con café a media tarde. Además asumí que ya era tiempo de ofrecerles, al menos, "un vaso de agua" a quienes han sido tantísimas veces hospitalarios y generosos conmigo...

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