Un retrato de los sin voz

AutorMaría Luisa Medellín

Con una herida de machete atravesándole el rostro, José, un indocumentado hondureño, entró a la casa que Tin Dirdamal ocupaba como voluntario de la Pastoral del Migrante.

Era una noche de octubre del 2002, en Acayucan, Veracruz. Lo acababan de dar de alta en el hospital, y necesitaba un lugar dónde dormir.

Tin le preguntó qué le había pasado y él, a detalle, contó que había sido víctima de la Mara Salvatrucha, esa despiadada mafia pandilleril que se extiende desde Centroamérica hasta Estados Unidos.

"Me enseñó cicatrices de quemaduras en su cuerpo, y dijo que lo habían torturado durante largo tiempo", platica el estudiante de ingeniería industrial del Tec, de apariencia hippie.

"Me dio mucho coraje lo que le había ocurrido. A la mañana siguiente le pregunté si me podía contar de nuevo su historia. Había una cámara en ese lugar, y lo grabé".

A Tin le parecía importante enterar a la gente de la crueldad a la que se ven expuestos en su camino muchísimos migrantes.

Captó el crudo relato durante unos 15 minutos. Pensaba enviar las imágenes a una dependencia de derechos humanos, cuando lo asaltó la inquietud de realizar un video un poco más elaborado sobre la realidad de este grupo sin voz.

Él era inexperto en el uso de equipo, nada sabía de técnicas, edición o encuadres, pero quizá su formación lo impulsó a no dejar de narrar la historia.

Desde pequeño, este joven regio con 22 noviembres cumplidos se preocupó por empatar el compromiso social con sus estudios.

Igual fue boy scout, que participó en Selíder. En la prepa inició un diplomado de dos años en desarrollo humano, con los jesuitas.

Más tarde se unió a un proyecto de migrantes centroamericanos en Veracruz, y a otro relacionado con la educación de los rarámuris, en la Sierra Tarahumara.

Con su entusiasmo, lo que inicialmente sería un video sobre el paso de los migrantes se transformó en un documental entrañable y a la vez devastador, cuyo título alude a la naturaleza de los implicados: "De Nadie".

"No podía dejar de grabar. Había tanto qué mostrar: la desesperanza de estas personas, sus ilusiones, los robos, los ultrajes y la violencia a la que son sometidos, que de 50 horas tuvimos que reducir el material a 82 minutos", ríe aún asombrado Tin, quien produjo y dirigió, adoptando ese seudónimo como nombre.

Armar el largometraje fue una ardua labor que cubrió los periodos vacacionales de tres años continuos, y culminó a principios del 2005, tiempo en el que otros ímpetus, otras mentes, otros ojos, hilvanaron con él los fragmentos de esa pasión nacida en forma azarosa.

Uno de...

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