'Resucita' tradición muertos y demonios

AutorDenis Rodríguez

"Nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra las fuerzas del mal", dice el Padre Jesús Ceja Alvarez, "si hay alguien que no duda de la existencia de los demonios como espírtus reales soy yo, porque lo he visto, lo he palpado".

Ceja Alvarez es un sacerdote de la Arquidiócesis de Guadalajara que ha practicado más de 200 exorcismos desde 1980, tanto en personas como en cualquier sitio donde se haya ejercido alguna práctica reprobada por la Iglesia católica.

Nadie escapa del escozor que provocan las historias que entrelazan religiosidad, realidad y leyenda, cuyos personajes son las almas y demonios que vuelven al mundo para cambiar las vidas de quienes aquí habitan todavía.

Aunque alguien pensaría que ello no es más que parte de la cultura popular, existen testimonios -como éste- que apuntan en otra dirección.

"Además de las personas, el demonio también puede poseer los lugares, las cosas o los animales. El demonio puede manifestarse ahí. Hay casas donde casi no se puede ni vivir ahí.

"Me han tocado varias casas con esos fenómenos", recuerda el presbítero, "después de la bendición ya las personas pueden estar tranquilas".

Amén de las historias que rodean las antiguas casonas y los cementerios, Ceja Alvarez señala que la carga negativa que permea algunos inmuebles puede llegar a influir de manera determinante en las personas, sobre todo las que a su vez se han sometido a alguna práctica de ocultismo, desde el juego con una simple ouija hasta una limpia.

"Lugares donde se hacen limpias, donde se trabaja la magia blanca, la magia negra, de cualquier color, siempre es mala y son lugares que quedan contaminados, que quedan dañados. Lo que hay que hacer es llamar a un sacerdote para que haga una oración de liberación de lugar".

"El ocultismo es una de las corrientes que más daño hace a la humanidad", añade, "la gente cae con mucha facilidad en estos errores".

La prisión del vampiro

Primero fueron los animales. Luego los niños. Todos amanecían muertos, sin una gota de sangre en las venas.

No había lugar a duda: era un vampiro.

En los barrios de Barranquitas y el Carrizal reinaba el miedo; cesaron las fiestas y nadie salía en las noches por el temor a morir en las fauces del monstruo. Tras semanas de pánico, los vecinos se armaron de valor y salieron en su búsqueda, apenas protegidos con crucifijos, palos y antorchas. Tenían que matarlo.

Lo encontraron después de dos noches. El vampiro fue atrapado con una red y llevado al Panteón de Belén...

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