El Renacimiento florentino

AutorQuentin Skinner
Páginas87-129
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IV. EL RENACIMIENTO FLORENTINO
AL ESCRIBIR sus diálogos sobre La vida cívica, a mediados del decenio de 1430,
Matteo Palmieri subraya orgullosamente la posición de preeminencia cultu-
ral alcanzada por su natal Florencia en el curso de su propia vida. “Toda per-
sona sensata debe agradecer a Dios haberle permitido nacer en esta nueva
época, tan llena de esperanza y de promesa, que ya goza de una mayor varie-
dad de talentos noblemente dotados de lo que el mundo había visto en el cur-
so de los mil años anteriores” (pp. 36-37). Desde luego, Palmieri estaba pen-
sando básicamente en las realizaciones de los fl orentinos en pintura, escultura
y arquitectura, en las obras, en particular, de Masaccio, Donatello y Brune-
lleschi. Pero también tenía en mente el notable fl orecimiento de fi losofía mo-
ral, social y política que ocurrió en Florencia por la misma época, desarrollo
iniciado por el humanista Canciller Salutati, y después extendido por tan
destacados miembros de su círculo como Bruni, Poggio y Vergerio, y después
continuado por buen número de jóvenes escritores en los que claramente ha-
bían infl uido aquéllos, como Alberti, Manetti, Valla y el propio Palmieri.
Naturalmente, se ha prestado gran atención a la pregunta de por qué
surgió en Florencia, en esta generación en particular, tan concentrado estu-
dio de las cuestiones morales y políticas. La respuesta que ha ejercido mayor
infl uencia sobre los estudios recientes ha sido propuesta por Hans Baron en
su estudio de The Crisis of the Early Renaissance,1 donde considera el des-
arrollo de las ideas políticas en la Florencia de comienzos del quattrocento
esencialmente como respuesta a la “lucha por la libertad cívica” que los fl o-
rentinos tuvieron que entablar con una serie de déspotas beligerantes duran-
te toda la primera mitad del siglo XV (Baron, 1966, pp. 28, 453).
La primera fase de este confl icto empezó cuando Giangaleazzo Visconti,
duque de Milán, declaró la guerra a Florencia en mayo de 1390 (Bueno de
Mesquita, 1941, p. 121). Giangaleazzo ya había logrado enseñorearse de toda
Lombardía durante el decenio de 1380 al intervenir en la guerra de los Ca-
rraresi en 1386, como resultado de lo cual ya era señor de Verona, Vicenza y
Padua en 1388 (Baron, 1966, p. 25). Se dedicó entonces a aislar y rodear a los
orentinos. Primero avanzó contra ellos desde el oeste, tomando Pisa en
1399 y aceptando poco después la rendición de Lucca (Bueno de Mesqui-
1 Véase Baron, 1966. Como yo no estoy de acuerdo con muchos de sus descubrimientos espe-
cífi cos, es importante empezar subrayando la gran importancia de las obras pioneras de Baron
sobre los humanistas de comienzos del quattrocento. Mucho debo no sólo a sus discusiones téc-
nicas acerca de la datación de sus obras, sino también a su análisis de sus doctrinas y a su salu-
dable insistencia en el aspecto central de su contribución al pensamiento político renacentista.
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ta, 1941, p. 247). Los amenazó después por el sur, tomando Siena en sep-
tiembre de 1399 y Asís, Cortona y Perusa en el curso del año siguiente (Bue-
no de Mesquita, 1941, pp. 247-248). Por último, los atacó desde el norte,
obteniendo una victoria decisiva sobre los boloñeses, últimos aliados que
quedaban a Florencia, en la batalla de Casalecchio, en junio de 1402 (Bueno
de Mesquita, 1941, p. 279).
En aquel peligrosísimo momento, un milagro salvó a Florencia, ya que
Giangaleazzo murió de fi ebre precisamente cuando se preparaba a invadir la
ciudad misma en septiembre de 1402 (Bueno de Mesquita, 1941, p. 298). Sin
embargo, no pasó mucho tiempo sin que los fl orentinos se encontraran ante
una nueva y más prolongada amenaza a sus libertades tradicionales. En esta
ocasión, el agresor fue el hijo de Giangaleazzo, el duque Filippo Maria Vis-
conti, de Milán. A la manera de su padre, empezó por apoderarse del norte
de Italia, tomando Parma y Brescia en 1420, e incorporando Génova al duca-
do de Milán en el año siguiente (Baron, 1966, p. 372). Empezó entonces a
avanzar en dirección de Florencia, empezando con la toma de Forli y sus
ciudades colindantes, en 1423 (Baron, 1966, p. 372). Esto movió a los fl oren-
tinos a declararle la guerra, precipitando así un confl icto que duró casi sin
interrupción hasta 1454, cuando Cosme de Médicis fi nalmente logró nego-
ciar una paz en que Milán reconocía —y, de ser necesario, defendería— la
condición independiente de la república fl orentina.
Según el análisis de Baron, este antecedente político nos da la explica-
ción de los dos hechos más notables acerca de la discusión de los asuntos
sociales y políticos de la Florencia de principios del quattrocento. Toma los
hechos que acabamos de descubrir para explicar, en primer lugar, por qué
tantos escritores fl orentinos llegaron a dedicarse tan completamente a cues-
tiones de teoría política en este periodo. Nos dice que la “posición solitaria”
adoptada por Florencia contra los déspotas, y en particular la “confronta-
ción fl orentino-milanesa” de 1402, actuaron como catalizador que sirvió
para precipitar esta nueva y más intensa conciencia de los asuntos políticos
(Baron, 1966, pp. 444-446). También afi rma que los mismos acontecimien-
tos explican la particular dirección tomada por la especulación fl orentina po-
lítica de la época, especialmente la concentración de los ideales republicanos
de libertad y participación cívica. Baron considera la crisis de 1402 como la
causa de “una revolución del concepto político-histórico de los fl orentinos”,
arguyendo que “la defensa de la independencia fl orentina contra Giangaleaz-
zo” ejerció “una infl uencia profunda” sobre “la consolidación del sentimien-
to republicano fl orentino” (Baron, 1966, pp. 445-448, 459). El signifi cado fi -
nal de “la crisis política de Italia” en los primeros años del siglo XV es, según
afi rma, haber hecho surgir “un nuevo tipo de humanismo”, un humanismo
arraigado en “una nueva fi losofía de la participación política y la vida acti-
va”, y dedicado a la celebración de las libertades republicanas de Florencia
(Baron, 1966, p. 459).
EL RENACIMIENTO FLORENTINO 89
Esta tesis acerca del surgimiento del “humanismo cívico”, como lo llama
Baron, ha obtenido gran aceptación. Por ejemplo, Martines afi rma que Ba-
ron “ha demostrado” que “el nacimiento del humanismo cívico fue, en alto
grado, función de la experiencia fl orentina con Giangaleazzo Visconti” (Mar-
tines, 1963, p. 272). Becker conviene en que Baron ha “argüido persuasiva-
mente” en favor de una conexión “entre los acontecimientos culturales y la
vida pública fl orentina” (Becker, 1968, p. 109). Y el propio Baron reciente-
mente ha notado “una gran aceptación”, de su afi rmación de que las guerras
contra Milán “fi nalmente determinaron el surgimiento en la Florencia del
quattrocento de un humanismo consciente de la comunidad, y de tendencia
política” (Baron, 1968, p. 102).
A pesar de todo, hay dos factores —centrales ambos para todo entendi-
miento del humanismo renacentista— que deben llevarnos a poner en duda
la explicación de Baron. El primero es que, al tratar la crisis de 1402 como
“catalizador en el surgimiento de nuevas ideas”, Baron ha subestimado hasta
qué punto las ideas en cuestión no eran, en realidad, totalmente nuevas sino,
antes bien, una herencia de las ciudades-república de la Italia medieval (cf.
Baron, 1966, p. 446). El otro problema es que, al subrayar las cualidades es-
peciales del humanismo “cívico”, Baron no ha apreciado la naturaleza de los
vínculos existentes entre los escritores fl orentinos de principios del quattro-
cento y el vasto movimiento del humanismo petrarquesco que ya se había
desarrollado en el curso del siglo XIV. El principal objetivo de este capítulo
será, por consiguiente, investigar por turnos estas dos cuestiones, tratando
de relacionarlas con un bosquejo un tanto más general de la evolución de las
ideas políticas en el Renacimiento fl orentino.
EL ANÁLISIS DE LA LIBERTAD
La primera de las grandes difi cultades de la tesis de Baron acerca del “huma-
nismo cívico” puede expresarse con la mayor sencillez diciendo que no toma
debidamente en cuenta hasta qué grado los escritores fl orentinos de comien-
zos del quattrocento seguían las huellas de los dictatores medievales.2 Un ele-
mento importante de continuidad entre estos dos grupos, como en particu-
lar lo ha subrayado Kristeller, es que generalmente recibieron la misma
forma de preparación jurídica y después pasaron a ocupar puestos profesio-
2 Estoy en deuda, en este punto, con los seminales ensayos de P. O. Kristeller acerca del des-
arrollo del humanismo. Él fue quien originalmente hizo la decisiva observación de que “los hu-
manistas, lejos de representar una clase nueva, eran los herederos profesionales y sucesores de
los retóricos medievales, de los llamados dictatores”. Para esta observación, véase Kristeller,
1956, p. 564, y para una nueva ampliación, véanse pp. 262, 560-561. Las implicaciones de la
obra de Kristeller para la crítica de la tesis de Baron han sido reveladoramente enumeradas por
Jerrold Seigel, 1966, p. 43 y 1968, pp. 204-205.

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