Reflexiones y Balones / Barridas y raspones

AutorFélix Fernández Christlieb

Lo verdaderamente molesto comienza cuando la jugada finaliza. El trayecto de la barrida no alcanza siquiera un segundo, tiempo en el que se comete la falta, se detiene vistosamente el balón o la jugada destructiva resulta improductiva; pero es una fracción de segundo en la que se va quemando la piel hasta dejar una herida que durante días, y muchas veces semanas, recordará esa jugada las 24 horas.

Jamás olvidaré cuando en los inicios de mi carrera profesional, durante un viaje por Londres con la Selección Juvenil, fuimos a entrenar a Hyde Park.

Nuestro director técnico era Don Jesús Del Muro, artista de las barridas durante su etapa como jugador profesional. Apenas observó el verde y mojado césped de este famoso parque, decidió que era el lugar ideal para que sus jóvenes futbolistas aprendieran el arte de barrerse, por lo que durante horas, y de hecho durante los días que permanecimos en la capital inglesa, todo el plantel se la pasó deslizándose sin el mínimo raspón en las piernas.

Pero el problema comienza cuando la superficie no contiene el teflón natural de los pastos ingleses y la jugada exige una barrida que deja como trofeo visual una raspada en la pierna o en la nalga que, a primera vista, provoca siempre la misma exclamación: "¡Ya valió madres!". Misma exclamación que se convierte en: "¡Sssssssssss!" al momento de ingresar a la regadera, horas o minutos después, por el ardor tan especial que, además, estará presente en cada contacto con el agua durante varios días más.

Las barridas han sido siempre sinónimas de 'garra' y de entrega; son la mejor forma de aparentar coraje y de recibir inmediato reconocimiento de quien fácilmente se deja apantallar; aunque también se convierten en un elemento que busca equilibrio entre quienes físicamente se encuentran en desventaja. Se dice que deben ser siempre un último recurso para cortar una jugada, pero lo cierto es que muchos, muchísimos jugadores de futbol hacen uso de la barrida sistemáticamente, quedando vulnerables a menudo.

En el caso de los arqueros, la barrida es obligada, es vistosa y es necesaria, porque ante todo demuestra valor arrojarse a los pies de un delantero, quien a todas luces posee franca ventaja en caso que pretenda lastimar a su rival con guantes. El portero vive su oficio cada día de trabajo con barridas, con caídas y con golpes, por lo que las raspadas pasan a ser un molesto acompañante a lo largo de la carrera. Y es que existen días que ni la hermosa cancha del Estadio...

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