Rebanadas / Sorpresas en un rancho

AutorCony Delantal

Intrigada por lo que podrían ofrecer, y porque las amigas con las que fui son muy alternativas, decidimos probar algo diferente. Nos trasladamos hasta Rancho La Luna, un restaurante-granja que presume tener y servir productos orgánicos.

El trayecto no fue lo rural que esperaba, de hecho, para llegar está bien señalizado. Rumbo a Santa Anita, en la Calle Madero, está una finca de la que, desde afuera, se pueden ver algunas parcelas y sombrillas al aire libre para dar cabida a los comensales que ahí llegan.

Éste no es un restaurante convencional, ya que lo que menos tiene son grandes arreglos y monadas decorativas, pero ya por sí es un atractivo.

Con pequeñas lámparas solares en el piso, las mesas parecen no tener un orden lógico, de hecho están distantes una de otra. Hay también una especie de bodega bajo techo en la que decidimos desayunar, por aquello de los fríos que estamos pasando.

Adentro, todo orgánico, una amable señorita nos explicó que tanto los jugos como la mayoría de los insumos son cuidadosamente seleccionados para estar libres de químicos. Por ejemplo, los jugos, tienen de naranja, arándanos y mandarina. Mis comadres pidieron de arándano y yo de mandarina.

Acostumbradas (malamente) al sabor de los jugos de bote, esperábamos el mismo sabor, pero no, aquí los arándanos saben a eso. Es extracción de fruta sin endulzar ni cocer, de manera que sientes el "verdor" de la fruta. Mi jugo de mandarina era una maravilla, dulce, de buen color y delicioso.

El menú es muy sencillo y breve, ofrecen quesadillas con flor de calabaza o huitlacoche, huevos, omelette y chilaquiles; y por ahí medio escondido, unos tacos de lechón.

Cada quien dejó fluir sus antojos, así que una pidió quesadilla de huitlacoche, otra de champiñones y flor de calabaza y yo unos chilaquiles rojos. Pero nuestra amable anfitriona nos hizo saber que el cochinito estaba muy bueno, lo podíamos pedir por orden o por taquitos. Accedimos y pedimos tres.

Debo decirles que sin tanto show, como muchos de los exponentes del lechón que lo cocinan en caja china y demás, éste, cocinado en horno de ladrillo durante toda la noche, estaba espectacular. Definitivamente es el mejor lechón que he probado en la Ciudad. Siempre mantuvo su jugo y su sabor, un poco perfumado a hierbas; eran tacos del otro mundo.

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