Rebanadas / Postrada

AutorCony Delantal

Si vives por el rumbo del Contry y te consideras una persona paciente, condescendiente, comprensiva y absolutoria, vamos, un alma de Dios, entonces toma en cuenta para tu próximo martesito la sucursal de La Postrería 77 que abrieron en la Plaza 1892 de Garza Sada, porque el lugar les quedó divis, divis, divis... pero no aguanta otro divis con ese servicio tan furris, furris, furris.

Y suena a grosería, pero en serio que ya mero se me pega el furris con el coxis, lo que quiere decir que me voy de corridito con la palabra hasta el final de la columna, porque estuve así de cerca (y para graficarlo imagínate el hilo de la tanga de Christian, con todo y el horror de la escena) de pararme de la mesa por tan mal servicio y ora sí que no habría tenido nada más de qué platicarte.

Ah, pero agradéceme que soy una profesional -y también una santa- y aguanté vara en pro del chisme culinario y la salvación de las almas del purgatorio.

En serio que se la bañaron con el magno atolondre que se traen los meseritos y quien quiera que esté detrás de la cocina, si es que hay alguien.

Supongo que el 77 del nombre son minutos, porque más o menos eso fue lo que se tardaron en servirnos unos simples sándwiches, que es lo más complejo que llegan a tener .

Todo iba de maravilla con el impacto inicial del majestuoso recinto de candiles victorianos, mobiliario aterciopelado en tonos aqua y esa bella barra repleta de seductora pastelería, pero a ratos parecía espejismo porque la cena no llegaba, y a mí me enseñaron que no hay postre hasta que no te acabes la sopa.

Así nos dieron las 12 y ahí tronó el hechizo junto con la paciencia, ya con el martesito convertido en miercolito, el deseo en bilis y lo que hubiéramos dado porque algo se nos convirtiera en calabaza para entrarle a cucharadas.

Los meseros y demás personajes de la historia andaban tan fuera de su papel, que uno de ellos ya nos andaba retirando las salsas cuando aún no nos traían los sándwiches. "¿A poco todavía no les sirven?", preguntó casi como reclamo, con esa típica desfachatez que tienen los hombres para hacerse los afectados cuando son ellos los causantes.

Y malo el cuento porque era el primer mesero que se nos acercaba desde aquella vez que hicimos el pedido ya ni me acuerdo a quién.

Pero ya no te la hago tan cachetona porque finalmente alcanzamos a cenar antes de entrar en paro intestinal.

Y al último se disculparon, escudándose en que no esperaban que se les estuviera llenando el...

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