Rebanadas / De nostalgias y diversidades

AutorCony Delantal

El otro día, mi marido me citó a la hora de la comida, misteriosamente en el número 239 de Aristóteles, en Polanco. Al llegar me percaté de que dicha dirección coincidía con el Centro Vasco, donde solía haber un restaurante que servía cocina vasca.

Eso fue hace un tiempo porque ahora ese local sigue siendo sede de un restaurante pero nada qué ver con la cocina de esos lares. El lugar al que me refiero se llama Como y es de comida internacional, por así decirlo. Tiene algunos platillos italianos y españoles.

El concepto es algo difícil de comprender, no sólo por su tipo de cocina, sino por la decoración multicolor y multicultural e incluso por el personal, que en su mayoría es argentino.

A manera de chisme, me llamó la atención que todas las mujeres que trabajan en dicho sitio están visiblemente tatuadas. Digo, en estas épocas no es que eso me escandalice, pero como que sí desconcierta.

Vaya, una puede esperar ahí lo que sea. No me hubiera sorprendido que de la cocina de repente saliera un gondolero tocando una tarantela o que de los baños emergiera repentinamente un trío cantando flamenco.

Con toda esta, llamémosle diversidad, no entendía porqué mi marido me había citado ahí hasta que comenzó a platicarme que, en el pasado, ahí había un restaurante de comida vasca que le gustaba mucho, y que era justo el que yo recordaba.

Ya estando ahí y al echarle un vistazo al menú, debo aceptar que más de un platillo despertó mi curiosidad. Decidimos ordenar dos de sus muchas entradas.

La primera de ellas la eligió mi marido, unas tostas de boquerones ($165) que más bien parecían unas tapas de boquerones bien servidas y acompañadas con pimiento rojo. La cosa es que mi marido las devoró, no me dejó ni probar. Quedó más que contento.

También para empezar -y ahí sí metí mi cuchara- ordenamos unas croquetas de jamón serrano ($95), a pesar de que mi marido se andaba empecinando con el pulpo a las brasas.

La croquetas fueron una propuesta generosa en número de piezas pero ninguna receta secreta que pudiera llamar nuestra atención. Al final de cuentas, vino el reclamo de mi marido por su pulpo; ya será en otra ocasión.

De cualquier manera, mi maridito pidió como plato fuerte un risotto con camarones al azafrán ($230), sin duda lo mejorcito de la tarde: bueno en consistencia y también en calidad de camarones, aunque hubiera estado bien que fueran más. Ahora sí que el chef debió haber dicho: "de lo bueno poco", antes de acomodar los cuatro camarones.

Yo preferí...

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