Rebanadas / ¡No estaba muerta!

AutorCony DeLantal

La resurrección de Piquina es un caso de esperanza. Lloré igual que cuando Blanca Nieves abrió los ojos con un beso. ¡Despertó!, recuerdo que corrí a decirle en ese entonces a mi mamá con mi carita llena de ilusión. Enseguida me abrazó con ternura, porque eso es lo que hacen las madres. Ahora corrí con mi marido a darle la noticia de Piquina y ni siquiera me peló. Eso es lo que hacen los maridos.

En el mundo de las fantasías y de los restaurantes (que son más o menos lo mismo) pocos protagonistas son capaces de volver a la vida tras un prolongado ciclo de oscuridad e inoperancia.

Piquina cerró un año completito y nos acaba de demostrar que sí se puede regresar intacto del más allá; aunque un poco zombi, porque ahora arrastra escasez y otras metidas de pata, pero haciendo su mayor esfuerzo por volver a respirar después de esta hecatombe pandémica que hizo mancuerna con la 4T para darle al traste a la economía.

Volvió altanera y orgullosa, igual que la Bikina. ¿Para qué me piden reservación si el restaurante está vacío? ¿Y para qué me quieren anotar en su lista si no hay nadie más? Equis, no importa, mientras no sea De la O el que me quiera anotar no pasa nada.

Su atmósfera está de nuevo muy vivible, así como la dejé hace un año: oscurita y pasional, mexicana y muy social. Es el restaurante todólogo; ideal para un miercolitos de comadres con chisme y pan de elote o un viernecito de parejas con trova y Carajillos (en esa terraza que acaba convertida en una especie de antro de ruquitos tarareando las de Manzanero y Milanés al son de una guitarra en vivo).

O incluso para un aniversario romántico, con velas, copas y ese protagonismo actoral que te da un haz de luz dirigido a tu mesa, en cuyo caso habrá que evitar que coincida con cualquier partido de futbol que estén tentados a transmitir en esas pantallotas sonsacamaridos.

Por fin entendí lo que significa cruzazulearla. Es cuando un marido se dedica a ver un partido intrascendente de un equipo al que ni le va, sin notar que su mujer venía dispuesta a todo. Venía, del verbo ya no.

Piquina también la cruzazulió este miércoles. Resulta que no pudieron prepararme su más afamado platillo: el chile poblano relleno de chicharrón y cubierto de hilos de pasta crocante en salsa de frijol negro, que era la razón principal de mi desbordada emoción por regresar a sus mesas. "Orita no lo estamos haciendo", me dijo el mesero...

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