Rebanadas / Qué loca Lola

AutorCony DeLantal

¡Qué restaurante tan divertido! Para conocerlo, tuvimos que cruzar medio continente bajo la lluvia y sobrevivir nuestras desastrosas vialidades en mi heroica mamamóvil, que ya la quisiera Noé para su diluvio, porque creo que hasta flotó por varias calles, pero valió la pena por tantas loqueras que exhibe este lugar del que te voy a platicar.

Después de sufrir una hora de encharcamientos, atorones y calles sin letrero (¡viva México!), por fin dimos con este colorido y folclórico restaurante de la Colonia Privadas de Anáhuac que se llama Mi Lola, refundido en la Privada Abeto s/n (¡sin número!, con ganas de que ni con Waze lo encuentres), atrás del HEB de la Avenida Sendero en Escobedo, que ahí ni siquiera se llama Sendero sino Plutarco Elías Calles (¡otra porra para México!).

Mi Lola nació en Nayarit hace cuatro años y después de abrir en Morelia, Guadalajara y Aguascalientes se trajo sus chivas a Escobedo. Lola es la abuela, chacharera como todas, y este lugar le rinde culto con un despapaye bien organizado de colguijes, triques, chunches y cacharros, dotado de cursilería ranchera y aderezado con refranes de nuestra sabrosa picardía nacional.

A ratos se me figuraba la casa de mi suegra, que tiene décadas acumulando adornitos y cachivaches que seguramente se quiere llevar hasta la tumba, por si algún arqueólogo la descubre.

Sientes que estás en un sueño... después de cenar puerco. Loquísimo, estrafalario, ridículo. No como el que estamos haciendo en las Olimpiadas, éste es un ridículo que te mantiene entretenida a más no poder.

Si de algo adolecen es de servicio. Y es literal, porque tienen puros adolescentes jugando a ser meseros, pero te la pasas tan entretenida con la decoración que ni siquiera te acuerdas que no te han traído la cena.

Yo me distraje jugando con mis hijos al típico "a ver quién encuentra" una bacinica, la máquina de coser vieja, un disco de Cepillín, la revista de Gasparín, la salsa que nunca trajeron... Mi marido ni participó. Para qué, si está igual que los meseros, no encuentra ni los calcetines en su cajón.

Al menos la cocina no defrauda. Su menú es entretenido a la lectura, aunque muy básico para el paladar. Pero tampoco me quejo del sabor. ¡Y menos de los precios!, que son inversamente proporcionales a los kilómetros que te alejes de la Del Valle. Y más si le sigues hasta Nayarit, donde están incluso más bajos que los que trajeron aquí. No es novedad.

Probamos una sabrosa arrachera de 199...

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