Rebanadas / La garantía Ruano

AutorCony Delantal

Acabo de encontrarme con un lugar, dirían mis hijos, hermoso, en muchos sentidos.

Desde la fachada, el nuevo Trasfonda te impresiona. Y es que es una casa que es patrimonio de la Ciudad, y fue renovada para albergar el nuevo restaurante del chef Francisco Ruano, quien también tiene el Alcalde por Av. México.

El inmueble es bellísimo. Me da la impresión de una casona estilo californiano, no logro determinar bien el estilo en particular, pero de manera impecable te recibe con los brazos abiertos.

Ya adentro todo es de tal sencillez que se convierte en algo sumamente agradable, empezando por la música, escogida por el propio Ruano y sus socios, que es una mezcla de nostalgia y toques kitsch. Esa tarde alcanzamos a escuchar, por ejemplo, la canción "Personalidad", de Tintán, y "Enamorada", con Pedro Infante, una belleza.

La desviación sirvió para ilustrar lo original. Vuelvo a lo mío.

Trasfonda es un lugar que rescata la tradicional comida doméstica mexicana, ésa que se servía en tu casa o en la mía hace años y que parece ya perdida.

Sin embargo, el chef la rescata para ponerla en sus mesas, con un ligero giro, que la hace majestuosa y actriz principal. Espléndida.

Y es que con mucha genialidad, pero a la vez simpleza, te ofrece platos como el chinchayote capeado, el salpicón de res con Cotija o la carne en su jugo pero, digamos, con mucha personalidad.

Nosotros íbamos con altas expectativas y se cumplieron. Al ver el breve y delirante menú, se nos antojó todo, así que decidimos pedir al centro algunas de las propuestas, para aprovechar la oferta.

Como entradas frías ofrecen ensalada de verdolaga con nopal, de 95 pesos, pero se pelea las preferencias con la de jitomates de la región con panela y hasta la tostada de Tuxpan, con cueritos y chile de uña, de 95 pesos.

En las calientes puedes pedir fideo seco con chile pasilla, de 55 pesos; un arroz a la mantequilla y hasta esquites, entre otras chuladas.

Decidimos pedir, a manera de desafío para los niños, un guacamole con chapulines, de 115 pesos; el chinchayote, de 85 pesos, y un chile relleno, de 75 pesos.

Todo fue maravilla al paladar. Por ejemplo, el chinchayote, un clásico de la infancia de mi marido, fue recibido con buena cara, pude ver la nostalgia en sus ojos, a la vez que decía: "mi mamá seguido nos hacía esto, riquísimo". Y de verdad que estaba delicioso, capeado, con un piso intermedio de queso adobera y bañado en una perfecta salsa de jitomate, coronado con chícharos tiernos en vaina...

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