Del realismo mágico al realismo a secas

AutorJorge Iván Parra

Amplia y heterogénea es la producción literaria colombiana de la última década, y, en algunos casos, el éxito editorial o comercial riñe con la calidad literaria de las obras. Evidentes figuras señeras que no necesitan ninguna presentación son Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, por lo que cabe revisar más bien lo que viene tras su estela. A diferencia de México, país en el cual varios escritores (Volpi, Padilla y Urroz) se agruparon en un movimiento, "el Crack", con manifiesto y todo, en nuestro país los escritores se asocian más bien espontáneamente según sus temas.

En narrativa, podríamos hablar de cuatro tendencias: Novela histórica, novela y cuento urbanos, novela de la violencia y relato intimista-biográfico o novela en clave, como la llama Javier Marías. El canon de la novela histórica o Historia novelada lo constituyen "La tejedora de coronas", de Germán Espinosa, y "El general en su laberinto", de García Márquez, aunque cabe mencionar "La ceniza del libertador", de Fernando Cruz Kronfly, acaso el mejor relato sobre Bolívar escrito por un colombiano.

Sin embargo, muy recientemente tres escritores han llevado a la ficción la Historia de manera sorprendente. El primero es William Ospina, gran ensayista y con una extensa obra poética de altísimo vuelo, justamente convertido en fenómeno editorial con su novela "Ursúa", primera entrega de una ambiciosa trilogía, que se completará con las aún inéditas "El país de la canela" y "El ojo de la serpiente". Todo lo que se espera de un buen libro está contenido en esa épica narración: héroes y travesías delirantes, episodios de la historia de la conquista, que más parecen fantasía que realidad; personajes capaces de los pensamientos más sublimes y de los crímenes más atroces; una naturaleza salvaje que así como inspira a los hombres, también los enloquece, los destruye. Todos los imaginarios del "Valiente mundo nuevo" (como lo llama Carlos Fuentes), acicate de la codicia y el desafuero de los españoles que ni mandados a hacer para una novela: Heredia, Belalcázar, Robledo, Jiménez de Quesada, los Pizarro, Galarza, Téllez, Orellana, Alfinger, Federmán y La Gasca, entre tantos que paulatinamente fueron pasando, como Macbeth, de la ambición al crimen, del crimen a la locura y, finalmente, a la muerte; ora ahogados, ora fulminados por un rayo o por las flechas indígenas; algunos ejecutados por sus mismos amigos y otros porque se dejaron morir solitos.

Junto al nombre de Ospina (tal vez el mejor escritor vivo de Colombia) está el de otro ensayista, Enrique Serrano, quien nos traslada a la España de los reyes católicos para mostrar cómo su fanatismo y estulticia sentenció a judíos y moros, asunto que también desarrolla con lenguaje barroco el bogotano Fernando Toledo en su novela "Liturgia de difuntos", aunque su diáspora alcanza el...

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