Real de Catorce y el desierto mágico

AutorFlorencia Podestá

Fotos: Florencia Podestá

Al norte de San Luis Potosí, salimos de la ciudad de Matehuala. Después de una hora y media de subir, la ruta se termina abruptamente en la cara enorme de una montaña perforada por una pequeña caverna con forma de cueva de ratón, un poco más ancha que un auto. Es el túnel de Ogarrio, un antiguo túnel de mina, y es también la única entrada a Real.

Al revés que en las historias de ciencia ficción, no se ve una luz al final del camino. En medio de esta soledad, hay un señor con un teléfono. El hombre marca, y alguien responde del otro lado de la montaña; el hombre dice algo breve y cuelga: como el túnel es de un sólo sentido, este señor se encarga de avisar a otro señor que está en la otra punta del túnel, que salimos para allá. Éste es su trabajo.

Como el autobús es demasiado ancho debemos cambiarnos a uno más chico, y atravesar el corazón de la montaña por este filamento durante 10 minutos. Así en tiempo real. Sin embargo, en tiempo subjetivo el camino a Real de Catorce se mide en siglos, eternidad, notiempo. Flota una imagen: el gesto del saludo, la mano en alto del “guardián del túnel” quedando solo otra vez en medio de la inmensidad, de la nada, de pie bajo el sol con un teléfono en una mesita, esperando.

Avanzamos muy lento por el túnel escasamente iluminado, mientras por la ventana discurre hipnóticamente la pared de piedra. En un punto vemos una capilla tallada en la roca viva, cubierta de pinturas y de retratos, e iluminada con velas. Ésta era la Capilla de la Virgen de los Dolores, construida en memoria de los mineros que perdieron la vida en las profundidades de la montaña.

Lo que nos lleva a la historia del pueblo fantasma: Luego de que en 1773 se descubrió plata en Real, ésta se convirtió en una de las tres ciudades productoras más importantes en México (junto con Guanajuato y Taxco).

En sus calles se alineaban las mansiones de los dueños de las minas, en su mayoría ingleses, alemanes y franceses. Incluso llegó a existir una línea de trolebús, un teatro de ópera, en el que cantó Caruso, y una casa de la moneda. El cataclismo cultural de la Revolución Mexicana abrió un nuevo destino para la ciudad: los revolucionarios inundaron –literalmente– las minas y los propietarios huyeron para salvarse y nunca regresaron. ¿Hay fantasmas? Hay visiones de la fugacidad del esplendor de las civilizaciones, hay espíritus, sin duda, y no solamente humanos.

Ya fuera del túnel, la luz del sol enceguece, aumentada por el...

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