La reacción

AutorFrancisco Zarco
Páginas334-337
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LA REACCIÓN
ES EN vano buscar cuál es el  n político de los movimientos reaccionarios que
están turbando la paz pública y embarazando la acción del gobierno. Los
mismos planes de los rebeldes nada prometen al país, no se ocupan del pue-
blo; quieren sólo satisfacer las ambiciones y las venganzas de una clase de la
sociedad, que juzga ofendidos sus intereses materiales por las pocas reformas
que se han llevado a cabo desde que triunfó la revolución de Ayutla.
La reacción no promete instituciones políticas ni sociales, no piensa en
reformas administrativas; su único  n consiste en devolver el fuero y los pri-
vilegios al clero y al ejército, y en contener los defectos de la ley de desamor-
tización, para que la propiedad continúe acumulada en manos de algunos
individuos del clero.
Pero si la reacción triunfara, haría un poco más de lo que promete, pues
su programa oculto es la satisfacción del rencor y la venganza de las clases
privilegiadas: querría sacri car los hombres de la revolución de Ayutla,
y bajo el cargo de demagogos, de socialistas, de herejes y de impíos, perse-
guirían a cuantos han querido reformas que mejoren la situación de las cla-
ses del pueblo.
Sabe ya el país lo que fue la administración conservadora de Santa Anna
en los veintisiete meses que esclavizó a los mexicanos. La reacción restaura-
ría a aquellos mismos hombres, con todos sus vicios y con todos sus críme-
nes, y perdería para siempre la causa de la libertad.
Si se examina cuáles son los elementos, los recursos, los hombres y los
actos de la reacción, este examen basta para hacer comprender que el triun-
fo del partido retrógrado anunciaría los funerales de la República y la extin-
ción completa de nuestra nacionalidad.
A la vista de todos está que los planes de la Iglesia destinados al culto y a
objetos de bene cencia son los que la parte corrompida fanática del clero
emplea en hacer sus reclutas de gentes perdidas y en tentar la  delidad de las
tropas del gobierno. Este dinero no se sacri ca a una falsa idea religiosa,
sino que se presta a interés para recobrarlo más tarde, acumulando la pro-
piedad, reestableciendo la coacción civil en el cobro del diezmo y recargan-
do las obvenciones parroquiales, que ya han empobrecido al pueblo.
En la facción se alistan hombres sin moralidad y sin principios; gente
que ha hecho profesión de transtornadores, tránsfugas de todos los partidos.
Los cabecillas son o militares célebres por su inmoralidad, que acababan de
ser indultados por el gobierno, o sacerdotes irregulares que abandonan la

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