Relicario/ Raras costumbres

AutorAlejandro Rosas

Al enterarse de la triste noticia, el Congreso votó una ley de manera unánime declarando que Francisco Zarco "mereció el bien de la Patria" y ordenando que su nombre se inscribiera con letras de oro en el salón de sesiones del Congreso de la Unión. La nación amaneció de luto aquel 22 de diciembre de 1869. El célebre periodista liberal, diputado constituyente en 1857, ministro de varios gobiernos y director del periódico El Siglo Diez y Nueve había fallecido a las seis horas, cuando alcanzaba la edad de 40 años. La clase política, la masonería, decenas de periodistas y buena parte de la sociedad capitalina acompañaron al cortejo fúnebre por las calles de la ciudad hasta el panteón de San Fernando. Antes del entierro varios discursos enaltecieron la figura del periodista. "La república está de duelo y el alma de los mexicanos se halla turbada y triste", dijo Ignacio Manuel Altamirano. "Su muerte es una calamidad social", señaló José María Iglesias. La gente se retiró del cementerio sin saber que la "caja modesta, pero decente" que vieron descender en la fosa no contenía el cuerpo de Zarco. El cadáver previamente embalsamado, vestido con levita y una gorra, había sido colocado frente a una mesa -como si estuviera escribiendo para toda la eternidad- en la casa del Diputado Felipe Sánchez Solís, amigo íntimo de Zarco. Durante varios meses, la macabra escena se repetía: al llegar a su hogar, el...

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