Rafael Segovia / Cuauhtémoc redivivo

AutorRafael Segovia

Las creencias son siempre ridículas cuando no son patéticas. Esta vez no fueron ni ridículas ni patéticas, no fueron sino una imposición del Presidente, un porque sí, algo que en una noche de insomnio se le ocurrió, fue una puntada que le impuso a su siempre obediente esclavo y agradecido ministro, que para eso le nombró.

Fue algo hecho de prisa y corriendo, de lo que nadie estaba muy seguro, menos el Presidente, se hizo lo que él quiso, en un ordeno y mando característico de quien simula tener el poder. Como todas estas situaciones, fracasa.

La del 15 de agosto le debió sacar los colores a todos los presentes porque nadie creyó en ella. El espectáculo fue patético: todos los secretarios de Estado más la esposa y el presidente de la Suprema Corte formados para la ceremonia, todos escondidos como es costumbre, lejos de la vil muchedumbre, simulando estar firmes y apesadumbrados, mientras esa muchedumbre no estaba presente, caminaba tranquilamente por el Paseo de la Reforma sin fijarse en lo que se estaba haciendo para ella: la gran ceremonia cívica. Según nos informó la televisión se le repartieron flores al público, que debía lanzarlas en señal de júbilo, cosa que no hizo. Se lanzaban flores como quien tira piedras, una de vez en cuando, sin ganas. Eran unas flores blancas, que debieron darse a los burócratas para que manifestaran su entusiasmo por el bicentenario y su agradecimiento.

El desfile, que no fue tal porque sólo aparecieron las fuerzas de caballería por una razón misteriosa, como misterioso fue cuanto apareció allá, o se oyó. El misterio fue si fueron 12 o 14 los héroes de la Independencia, si se depositaron sus restos en la Catedral, si fueron 12 o 14 los que se depositaron después en el monumento de la Independencia y ahora en Palacio Nacional. Todo lo demás, misterio. ¿Cómo recogieron las osamentas o lo que quedaban de ellas?, el señor ministro no nos lo dijo y el Presidente tampoco. Les bastó con decirnos que estaba prohibido dudar del hallazgo, que eran los huesos verdaderos. Algo nos hizo pensar que el señor ministro era obediente pero que carecía de malicia y de sutileza, que su discurso recordaba inevitablemente el de los "sabios traidores". Ixcateopan se mudó al Castillo de Chapultepec, la Corregidora se puso el penacho de Cuauhtémoc, hubo la necesaria discreción sobre los antropólogos patriotas para no prestar sus nombres a bromas desplazadas. Menos el del secretario y del Presidente. Prohibido dudar. El presidente de...

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